02 marzo, 2008

La Orestiada en el CCPUCP

Un montaje de escuela
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En el mismo suplemento, Santiago Soberón, hace la crítica respecto del montaje que el TUC va desarrollado desde el 14 de febrero de la tragedia La Orestiada, de Esquilo. Con un título un tanto incinuador, Soberón, repasa los aciertos y desatinos de la puesta, que está a cargo de Jorge Guerra.
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El artículo dice: El teatro de Esquilo corresponde a una etapa primigenia de la tragedia griega, pero no por ello está exento de una gran complejidad y densidad en cuanto a su composición y temática. En este sentido, llevar a escena La Orestiada, la trilogía compuesta por las tragedias Agamenón, Las Coéforas y Las Euménides, y hacerla accesible al público contemporáneo es todo un reto.La puesta que presenta el Teatro de la Universidad Católica en el Centro Cultural de esta casa de estudios procura esa accesibilidad condensando la trilogía en sus escenas más importantes (la muerte de Agamenón a manos de su esposa Clitemnestra, la subsiguiente venganza de Orestes, hijo de ambos, y su absolución por parte de Atenea y el Aerópago) y utiliza algunos referentes culturales contemporáneos para plantearnos que La Orestiada representa la consolidación del orden jurídico que caracterizó a la democracia ateniense del siglo V a.C., es decir la justicia como producto de un estado de derecho y no de sangrientas venganzas. Sin embargo, quedan de lado aspectos temáticos importantes como la culpa hereditaria, la relación entre mortales y dioses; y también formales como el papel primordial que tiene el coro en el teatro de Esquilo. Jorge Guerra, director del montaje, desarrolla esta premisa en su estilo habitual, una propuesta escénica que interpreta y se apropia del texto clásico para estructurar un discurso profuso en signos y símbolos. En este caso, valora de manera muy especial el trabajo corporal del actor para construir ese discurso; cuenta para ello con un elenco de estudiantes y egresados del TUC, cuya preparación en este aspecto es apreciable. El aspecto más resaltante en la propuesta de la dirección radica en haber revestido el entorno de la diosa Atenea de la parafernalia de un programa de concurso de televisión, en el cual en medio del glamour se vende la ilusión de un sistema político y social justo. Coincidentemente, esta misma configuración rige para Egisto, amante y cómplice de Clitemnestra, con lo cual se hace evidente la visión crítica de Guerra a costa del propio Esquilo. Guerra saca partido de la formación corporal de los jóvenes egresados y estudiantes del TUC, particularmente en el trabajo coral en Las Coéforas (destacable Stephanie Orué), donde sí se rescata el rol tan significativo que cumple el coro en este teatro, y en la meticulosa contraescena de Carlos Montalvo como el dios Apolo. Estas son las interpretaciones más resaltantes, que contrastan con el coro de la primera parte (Agamenón), limitado por una interpretación estereotipada de la vejez y con un trabajo de conjunto informe, sin mayor trascendencia en el desarrollo de la acción. En cuanto a la interpretación del texto clásico, es notoria la enorme dificultad que esta tarea conlleva a actores que aún están en ciernes y tienen mucho camino por recorrer. La gravedad del texto esquiliano es imperceptible en la mayoría de ellos y solo en dos casos encontramos interpretaciones de interés: en el mensajero (Aneliese Fiedler), cuya intensa interpretación es producto de la fusión de una buena enunciación del texto y la gestualidad, y en un momento fugaz en el que Andrea Fernández (Clitemnestra) interpreta el dramático momento en el que Orestes se dispone a vengar la muerte de su padre. Que las capacidades y habilidades corporales y psicofísicas de los actores sobresalgan y se conviertan en la mejor herramienta de la dirección en desmedro de la capacidad interpretativa del texto, hace pensar en que las tendencias pedagógicas que hoy conviven en el centro de formación del TUC y que en el pasado se alternaron no alcanzan un punto de encuentro, una síntesis saludable. Y queda también la interrogante de que si una propuesta escénica como la que impulsa Guerra solo es posible desde un perfil actoral donde predominen las habilidades corporales sobre la interpretación textual, o es posible esperar una fusión de ambas.A todas luces La Orestiada es un montaje de escuela en el estricto sentido de la palabra y sin ninguna connotación peyorativa. Una lectura en esta perspectiva nos parece la más justa en este caso.

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