26 octubre, 2010

¿En qué momento se jodió la literatura?

Enrique Vila-Matas acaba de publicar en El País un artículo más que sugerente que inicia con esta pregunta vargasllosiana que titula mi post. Ahora, ¿será posible un reglamento para literatura?. Un reglamento que a nosotros, los lectores, nos protega de literatura barata sin vacía, que solo es el reflejo de una buena campaña publicitaria. Para mí mucho tienen que ver las Editoriales que publican éxitos editoriales pero efímeros y proclives al olvido. No hablo de aquellos que son un fracaso desde su origen. ¿Se podrá al menos dar ciertos lineamientos? Bueno, Vila-Matas reflexiona sobre ello. Hacia un reglamento:


¿Un reglamento? No dijo qué inscribieron en él. Pero me gustó la palabra reglamento, que parece de otra época, y me quedé imaginando qué pasaría si en el medio literario se redactaran una serie de normas que protegieran de falsos escritores y demás malas hierbas a los sufridos lectores. Después, traté de evocar el momento en que se jodió el invento, el momento del pasado en el que aparecieron los primeros bárbaros, los oportunistas que rompieron un estado de plenitud y nos fueron llevando a este lado arruinado del paraíso, donde hoy los demasiados libros han creado una atmósfera de trivialidad irrespirable, paralela al desnortado ambiente de la sociedad, porque a veces en la vida sucede lo mismo que en la literatura: en todas partes se encuentra a jefecillos extraviados y a sus secuaces incorregibles ensuciándolo todo como las moscas en verano. Sea como fuere, el desastre viene de lejos. Ya Schopenhauer hacia 1850 hablaba de "la mala hierba que quita la savia al trigo ahogándolo. Absorben el tiempo, el dinero y la atención del público, que pertenece por derecho propio a los libros buenos y sus nobles fines, mientras que los otros están escritos con la única intención de sacar de los bolsillos del público algunos talegos; para esto se han conjurado autores, editores y críticos".
¿Cómo sería acogida la redacción de un reglamento que rigiera para oportunistas y conjurados? Jamás se alcanzaría un consenso que lo diera por bueno. Pero tratar, al menos, de redactarlo podría ser un buen desahogo, aparte de una estimulante y activa pérdida de tiempo. La primera norma -no iré más allá de ella, porque no soy legislador- podría ser el destierro de todo engreimiento. Por ser esencial para recuperar cierta dignidad, tendría que ser la única norma indiscutible. Es alarmante y desagradable observar, por ejemplo, cómo éxito y vanidad -o fracaso y fanfarronería, combinación también muy frecuente-, se relacionan de un modo tan estrecho como miserable. Nadie que escribe debería ignorar que siempre donde hay soberbia hay ignorancia. Me ha complacido encontrar en Menéndez Salmón, en su impecable y admirablemente arriesgada última novela (La luz es más antigua que el amor), los famosos versos de Eliot: "La única sabiduría que podemos esperar adquirir / es la sabiduría de la humildad: / la humildad es interminable".
Dicho de otro modo, dicho en forma de máxima oriental, propia de un precursor de Kafka: Donde hay humildad, hay saber. Precisamente la literatura de Kafka, tal como Roberto Bolaño proclamaba, fue "la más esclarecedora y terrible (y también la más humilde) del siglo XX". Esta primera norma del reglamento iría ilustrada, por ejemplo, con la imagen conmovedora (o divertida, si se quiere) del genial Glen Gould, tocando el piano casi a ras de suelo, en aquel sillín que no rebasaba los 33 centímetros. ¿O no oímos nunca decir que el verdadero camino va por una cuerda que no ha sido tendida en lo alto, sino apenas sobre el suelo y parece destinada más a hacer tropezar a que se camine por ella? Dadas las circunstancias terrenales, a nadie debería extrañar que la humildad sea la esencia misma de la genialidad.

11 octubre, 2010

Vargas Llosa, Premio Nobel 2010


No queda sino sentirse feliz y orgulloso de que se haya hecho justicia con Mario Vargas Llosa. Aunque sospecho que el Nobel ya no le quitaba el sueño, puesto que se veía resignado a que no se lo concedieran, este reconocimiento solo es la cereza de todo una carrera titánica e infatigable. Pienso además, en los que -seguramente- se irán sin recibirlo (Carlos Fuentes, por ejemplo) y en que mañana si algún escritor peruano deseara (remotamente) superar a MVLL, con Nobel ya esto es (casi) imposible.
Estoy seguro que Vargas Llosa pasará la prueba del tiempo, como el mismo afirma sobre Borges, y que sus obras hoy se venden aún más que antes (prueba del efecto comercial que ahora tiene el Nobel), hará que mucha más gente lo lea, relea y disfrute de todos maravillosas e intricadas historias a las que Mario Vargas Llosa nos tiene acostumbrados.
Ya no se dirá sobre Mario lo que él alguna vez dijo sobre el peruano, "el que pudo ser y no fue". Él ahora sí es un Nobel y ya no más que aplaudir.
Algo que también me inquieta es el discurso que dará en la premiación. Quizá se referirá a las décadas de espera, aunque solo es una especulación.
Leer toda la gigantesca información que hoy se ha publicado sobre MVLL es algo que tomaría varios meses. Por ello, no he visto conveniente postearlas. Sin embargo, dejo algunas de las más resaltantes páginas donde se ha recogido la toda la información que salió desde el anuncio oficial.
No me queda nada más que feliciar a Mario Vargas Llosa y sobre todo agradecerle por ser un ejemplo vivo de lo que la tenacidad y disciplina pueden hacer de un escritor. Vargas Llosa es un Clásico vivo y es peruano.
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Dejo las web más relevantes:

04 octubre, 2010

El hombre tras los libros


Andrew Wylie es uno de los hombres más poderosos del sector editorial. Agente literario de escritores vivos y muertos como Borges, Nabokov y Philip Roth, en su trabajo es transgresor, voraz e implacable. “El Chacal” trabaja en la oscuridad :

Los numerosos empleados de la Wylie Agency son los representantes de escritores más temidos e influyentes del mundo editorial angloestadounidense. Ellos reportan a la esquiva figura de Andrew Wylie, un gigante literario estadounidense que se tutea con muchos de los escritores contemporáneos más importantes, desde Salman Rushdie hasta VS Naipaul y Philip Roth. Wylie es una figura enigmática. También es, sin duda, uno de los hombres más poderosos del sector editorial. En su oficina de Manhattan, de un anonimato sorprendente, nos dio una rara y fascinante entrevista.

Hablamos a última hora de la tarde, pero la mayor parte de los días Wylie se levanta a las cinco de la mañana en Nueva York y anda “a tientas en la oscuridad”, dice, antes de sentarse a abordar entre cuarenta y cincuenta e-mails procedentes de lugares tan lejanos como Tokio, San Petersburgo y El Cairo. Este agente literario global que representa a unos setecientos escritores –vivos y muertos–, entre ellos Martin Amis, Vladimir Nabokov, Saul Bellow, Arthur Miller y Art Spiegelman, tiene la palidez espectral de un hombre que trabaja mucho en la oscuridad.

Hoy viene a saludarme en el hall tranquilo de su oficina del piso doce mientras el día llega a su fin y la luz crepuscular se funde con la luminosidad fluorescente del off-Broadway. En persona, Wylie es bajo, menudo, cortés y suave, como si con su traje oscuro y sus buenos modales formales desmintieran su fama de competitivo, obstinado, transgresor e implacable. El contraste entre su amable presentación y su consolidada reputación de problemático hace que la formalidad parezca tensa. Pero el muchacho malo sardónico no tarda en atravesar la máscara y emerger. En la oficina minimalista de Wylie pueden verse varios ejemplares promocionales del catálogo de Nabokov en distintas ediciones extranjeras. Cuando hago un comentario sobre el patrimonio literario (Borges, Mishima, Lampedusa y Updike, para nombrar sólo algunos de los más importantes) que controla la Wylie Agency, dice con una risa triste: “La gente se muere como moscas.” En estos momentos se entiende por qué en el mundo editorial angloestadounidense se lo conoce sólo como “El Chacal”.

Alguna vez fue un depredador bastante feroz, pero ahora Wylie se ha convertido en algo mucho más amenazante en el mundo literario. En un medio en el que muchos de los principales editores, libreros y agentes literarios rivales sufren la depredación de la recesión y la digitalización (la revolución de la tecnología de la información), puede afirmar que es el representante de escritores más poderoso y de mayor alcance global a ambos lados del Atlántico, un rey de la selva editorial.

Wylie, que ha pasado a estar en pie de igualdad con empresas como ICM, William Morris, Curtis Brown y United Agents gracias a su enérgica voluntad, no es como éstas. Es un lobo solitario que construyó su imperio de la nada en menos de treinta años. Empezó tarde, a pesar de su situación privilegiada, y fue siempre un hijo brillante y seguro de la aristocracia de Boston. Los Wylie se remontan a la época de la revolución estadounidense. Del lado de su madre había dinero y banca; del de su padre, libros y edición (Houghton Mifflin). Esa compleja herencia dual lo llevó a Harvard, donde estudió literatura francesa, y luego, como estaba en extremo aburrido, a Nueva York en los años 70. Aspirante a periodista, se hizo amigo de Andy Warhol, consumió drogas y escribió una poesía horrenda. Se ganó la vida como taxista hasta que, apenas cumplidos los treinta años, creó la Wylie Agency en un desolado ambiente del downtown. Su primer cliente fue el gran socialista estadounidense IF (Izzy) Stone. “Hace mucho tiempo”, dice, “tenía las tardes libres.” Una sonrisa irónica ilumina la pausa y le da efecto. “Eso ya no es un problema.” Llevaba la edición en la sangre pero, rebelde y extremista, le indignaba su comodidad complaciente. “En aquellos días”, recuerda, “el dinero iba de la editorial al agente y luego al autor. Los agentes sentían que trabajaban con las editoriales y eran algo condescendientes con los autores, a los que se trataba como personas talentosas pero disfuncionales. Me puse a pensar y decidí que eso era corrupto. Es el autor el que contrata al agente. Como agente, se es el jardinero de la propiedad del autor. Fue muy importante tomar conciencia de que era yo el que trabajaba para el autor, y no al revés.” En ese momento cobra vida el teléfono que está sobre el escritorio inmaculado de Wylie. “Tengo que contestar”, dice, volviendo a la actitud amable. Es Al Gore. “¡Hola Al! ¿Estás en El Cairo? Mi ciudad favorita...” Mientras habla, observo la iconografía de su oficina, que domina una réplica de un cartel señalizador de Nueva Jersey verde y blanco con la leyenda “Plaza Philip Roth”. Los primeros tiempos Wylie no tenía clientes famosos, pero quería escapar de lo que consideraba la pobreza gentil del sector de los libros. “Veía empresas que tenían plantas moribundas en ventanas sucias. ¿No era posible –me preguntaba– tener ventanas limpias, hasta con vista, mientras se leían libros excelentes? Cuanto más habla, más emerge el celo puritano innato de Wylie desde el negro clerical de su traje y su corbata. “Me gustan los libros. Sí, tengo un Kindle. Lo usé una hora y media y lo guardé en el armario. No interesa la cultura masiva. Cuando empecé, veía que nueve de cada diez personas se dirigían a la puerta que decía Dinero, Comercio, Basura, por eso elegí la puerta que rezaba Calidad, Interés, Importancia.” Diga lo que se diga del Chacal, no le falta seguridad o, para decirlo de otra forma, la clásica energía de Nueva Inglaterra. El cóctel de marcada competitividad, beligerancia literaria, ambición literaria frustrada y pasión por los “autores” pronto rindió frutos. Al declarar la guerra a las relaciones “corruptas” de agentes y editoriales, cobró notoriedad por romper la regla tácita de que los agentes no daban caza a los clientes de sus rivales. “Una mierda con tarjeta” fue una de las cosas más famosas que se dijeron de él.

A Wylie le encantó. Ahora podía ser al mismo tiempo un paria y un defensor de la escritura contemporánea. El momento decisivo llegó en 1995, cuando Martin Amis abandonó a su agente, Pat Kavanagh, de PFD, la esposa de su viejo amigo Julian Barnes, por el contrato de 500 mil libras por su novela La información . “Sí”, dice Wylie ahora, “probablemente fue entonces cuando empezó lo del ‘chacal’. No tengo idea de dónde salió. No evito ser agresivo en defensa de los autores. La representación de los buenos escritores ha sido menos profesional que la representación de los malos escritores.” Parte de lo que hace en la actualidad, sostiene, es aportar disciplina y coherencia, así como una estrategia global, a una actividad que ha estado en manos de señoras excéntricas envueltas en cardigans deformados.

Finge, de manera nada convincente, que no tiene poder alguno y asegura que está dando un paso al costado. “Ahora soy el Ronald Reagan de la operación”, bromea. “Cuando me reúno con editoriales, el personal me da un guión. Hola. Es. Un. Placer. Conocerlo.” Después de una generación en el sector, insiste en que “la Wylie Agency no es una firma unipersonal sino de cincuenta personas. La sucesión ya está arreglada: Scott Moyers en Nueva York y Sarah Chalfant en Londres. Quiero que la gente entienda que nosotros (la agencia) vamos a seguir cuando yo desaparezca.” Por el momento, Wylie, que tiene un aspecto juvenil a pesar de sus sesenta y dos años, mantiene una agenda salvaje. “Nos reunimos todos los días a las 7:45 y hablamos de todo durante una hora, cinco días por semana. Así es que...” (otra sonrisa, no tan feroz y más parecida a la manija de un ataúd) “somos muy detallistas en todo. Somos muy internacionales. Analizamos cada territorio con minuciosidad. Viajamos mucho. Moscú. Asia. Europa. No recibimos información de manera pasiva. Asignamos un grupo de gente al estudio de cada caso. Estudiamos el trabajo de los escritores. Contamos con sistemas de computación muy desarrollados que producen gran cantidad de informes. Contratos. Derechos. Territorios. Decidimos qué queremos. Lo conversamos con el cliente (el autor) y luego salimos a conseguirlo.” Después de otro llamado de Gore, empieza a hablar de su flamante pasión por Alaa Al Aswany, el autor de The Yacoubian Building y Chicago . De pronto suena entusiasmado, casi periodístico. “Fui a Egipto. Lo llamé. Le expliqué quién era. Me invitó a visitarlo a las siete. Seguíamos hablando de sus libros cuando fuimos a comer casi a medianoche.” Ahora Wylie vende The Yacoubian Building en todo el mundo en muchas ediciones, y va a vender literalmente toda palabra que escriba Al Aswany al mayor postor.

Es en momentos como este que se entiende cómo llegó a representar a Rushdie y a Naipaul, que hace poco dejó a su agente (y ex colaborador de Wylie) Gillon Aitken. ¿Por qué Naipaul hizo eso? Hoy Wylie vuelve a permitirse una leve sonrisa y una expresión circunspecta de satisfacción. “Digamos que pienso que Vidia sintió que era hora de un cambio.” Señala que no podría adoptar la actitud “maternal” y solidaria en la que algunos agentes se especializan, aunque sé que trabajó mucho para apoyar a Rushdie durante los peores momentos de la fatwa. Por naturaleza, el Chacal no es un animal social.

“Me gusta ver a mi mujer y a mis hijos. Me gusta irme a dormir a las nueve y levantarme a las cinco. Nadie en su sano juicio tiene esos horarios. No me dedico a Twitter ni a los blogs. Soy malo para la conversación superficial y para la ‘charla’. Háblenme de edición y puedo quedarme horas enteras.” Ese, me doy cuenta a medida que se va delineando en la conversación, es nuestro viejo amigo, el ego de la ausencia de ego. En líneas generales, Wylie es un hombre al mismo tiempo tímido y arrogante cuya obsesión lo convierte en un gran personaje. Su vida se define por lo que hace. Admite que no le interesan la música ni la comida (“es sólo combustible”) y que: “No voy a los libros en busca de sexo. Cuando busco sexo voy a mi casa.”

(c) The Guardian y Clarin Traduccion de Joaquin Ibarburu

Inéditos de primer Borges


La aparición de versos inéditos de un joven Jorge Luis Borges fechados en 1923, el mismo año de la publicación de su primer poemario Fervor de Buenos Aires, son nada más que la punta del iceberg de un descubrimiento infinitamente más trascendente.Los textos fueron hallados por investigadores de la Biblioteca Nacional. Un notición. Encuentran un verso y varias anotaciones inéditas de Borges:

Este "ejercicio poético" del primer Borges no debería correr el foco del hallazgo de los investigadores de la Biblioteca Nacional, Laura Rosato y Germán Alvarez. Juntos rastrearon y estudiaron más de mil títulos con anotaciones de Borges, que el autor donó en 1973 y que permanecían perdidos y sin catalogar en la Biblioteca.

Se trata de una colección de casi mil títulos que Borges donó a la biblioteca en 1973 y que permanecía descatalogado desde el 11 de octubre de 1973, el día en que un Borges ya agotado por el cerco kafkiano de la gestión admistrativa y la presión de un nuevo gobierno peronista, que pedía su cabeza, se jubiló como director de la Biblioteca Nacional. Antes de irse ­con un escribano presente­ retiró todos sus libros de su despacho.

El dato no es menor. En 1971 un empleado administrativo, acaso para forzar la renunciar de Borges, acusó al autor de Ficciones de sustraer libros del patrimonio de la biblioteca. El día que se retiró de la gestión, Borges donó mil libros que consideraba "prescindibles para él y necesarios para la institución que dejaba con pesar", después de 18 años de gestión. Al instante, pasaron al olvido hasta 1992, cuando aparecieron algunos de los textos.

Desde entonces y con intermitencias por la turbulenta vida institucional del país y de la Biblioteca, la investigación continuó hasta saldarse en Borges, libros y lecturas, el libro de Rosato y Alvarez. El texto es un compendio de las lecturas de Borges, desde la Divina Comedia hasta Schopenhauer, que permite aventurar cómo Borges pensaba en la escritura mientras leía. "Es un calado negativo de la obra, que permite apreciar cómo Borges se apropiaba de las lecturas para reescribirla", explica Rosato a Clarín. El catálogo rastrea las anotaciones de Borges y las relaciona con la obra editada. Así, en la misma página de un libro del alemán Christian Wilhelm Franz Walch, Borges escribe el 11 de diciembre de 1923 el ejercicio poético ­como lo define Rosato­ que encabeza esta nota y, también, un índice tentativo de Inquisiciones, que publicaría en 1925. "En alguien que reescribía tanto podríamos dudar de la noción de inédito", termina Rosato, que no quiere tapar con la "aparición" de estos versos la noticia más importante. Por primera vez, la Biblioteca Nacional tiene una colección de libros anotados por Borges. Los títulos están disponibles para los investigadores, que ya no tienen que lidiar con coleccionistas para estudiar a Borges.