24 febrero, 2010

No te quedes fuera de Cosecha Eñe 2010‏

Cosecha Eñe 2010 acaba de ampliar el plazo de recepción de relatos, que iba hasta el 1 de marzo, para el 11 de mismo mes a las 24 horas. Como dice su eslogan:¡Tienes 10 días más para participar! Recuerden que los trabajos son enviado por correo electrónico. Eñe. Revista para leer premiará al mejor relato con 3 000 euros.

Todavía estás a tiempo de participar en nuestro premio de relato Cosecha Eñe 2010. Un jurado de lujo elegirá los diez relatos ganadores, que serán publicados en el número de invierno de la revista. El que haya obtenido la mayor puntuación del jurado recibirá nada menos que 3.000 euros. La entrega de premios se realizará en el II Festival Eñe que se celebrará en Madrid los días 12 y 13 de noviembre de 2010.

La novedad de este año es que el Instituto Cervantes invitará a un mínimo de tres de los diez autores seleccionados a dar conferencias en alguno de los centros que dicha institución tiene en todo el mundo.

No necesitas más razones para participar. La admisión de originales finaliza a las 24 horas del jueves 11 de marzo.

TODA LA INFORMACIÓN Y BASES DEL PREMIO

21 febrero, 2010

Muestras en la Casa de la Literatura Peruana


Actualmente, en la Casa de la Literatura Peruana, en la antigua estación de Desamparados, se va desarrollando una muestra dedicada a Ciro Alegría (exposición de fotografías y objetos personales como su escritorio y máquina de escribir, en conmemoración a sus 43 años de fallecimiento.). El ingreso es libre y va hasta el 17 de abril, pues en ese mes, el mes de las letras, la Casa de la Literatura Peruana se alista y sorprenderá a sus visitantes con una muestra dedicada a Rafael de la Fuente Benavides, el inmortal poeta Martín Adán (1908-1985). Dice la nota:

Karen Calderón, quien en enero asumió la dirección de la Casa, adscrita al Ministerio de Educación, explicó que aunque se ha hecho difícil encontrar los objetos personales del bardo limeño, los trabajos mancomunados con la Academia Peruana de la Lengua, que tiene un trabajo sobre las travesías de Martín Adán, permitirán hacer realidad este sueño.

La directora comenta que para este 2010, los tres salones de muestras itinerantes de la Casa (actualmente ocupadas con una muestra de objetos y fotografías inéditas de Ciro Alegría), también recibirán exposiciones sobre Julio Ramón Ribeyro, Luis Alberto Sánchez y Guillermo Thorndike.

“La idea es cubrir las diversas aristas de la literatura nacional”, comentó.

Además para abril, la Casa de la Literatura Peruana está preparando el lanzamiento de tres concursos de literatura infantil, los que se anunciarán en su momento.

Cuando el 19 de octubre de 2009 se inauguró la Casa en el número 201 del jirón Áncash, el presidente Alan García lanzó el reto de que se celebre el primer año del proyecto con medio millón de visitantes.

Karen Calderón está segura de que se llegará a la meta a fines de octubre de 2010, pues hasta el 31 de diciembre pasado ya 120 mil personas habían recorrido los 16 salones de la Casa, y en lo que va del mes, ya suman algo de 20 mil personas más.

El gran público son los niños y jóvenes de los centros educativos, institutos y universidades. Indica Calderón que sólo el 20 por ciento de los que van a la Casa es turista, y que están mejorando la difusión de la Casa en otros idiomas para captar la atención de más extranjeros.

Igualmente, la Casa empezó una dinámica con las agencias de turismo para que se la agregue en los circuitos turísticos por el Centro de Lima, pero queda aún por realizar convenios con Promperú, que promocionó una ruta literaria La Lima de Vargas Llosa, por ejemplo.

Para continuar dinamizando las visitas, una vez al mes, se lanzará una gran actividad, que se sumará a sus presentaciones de libros, recitales y cuentacuentos.

12 febrero, 2010

Los primeros once secretos de Salinger

Como era de esperarse, ya comienzan a publicarse los textos que Salinger no hubiese querido que salieran a la luz. Once cartas que el autor fallecido hace menos de un mes le escribió a su amigo Michael Mitchell entre 1951 y 1993 serán expuestas en un museo de Manhattan. En ellas, Salinger se manifiesta feliz por el reconocimiento alcanzado por su emblemática novela, El cazador oculto, y cuenta cómo esa fama le había permitido acceder a una cena privada en Londres con Laurence Olivier y Vivian Leigh. Primeros secretos revelados: expondrán once cartas de Salinger:

Unas cartas del escritor norteamericano J.D Salinger arrojarán luz sobre este autor fallecido hace dos semanas y una las personalidades menos conocidas de las letras estadounidenses, informa hoy la prensa estadounidense.
Se trata de 11 cartas que el autor de "El guardián entre el centeno" escribió entre 1951 y 1993 a su amigo Michael Mitchell y que serán expuestas en Nueva York. Arrojan luz sobre el escritor, que durante medio siglo vivió apartado en su casa Nueva Inglaterra y trabajó de activamente, sin dar a conocer sus escritos.
Salinger, considerado uno de los mayores talentos literarios del siglo XX, falleció el 29 de enero pasado a los 91 años.
El New York Times informaba hoy de las cartas que ahora se podrán ver y leer en el Morgan Library, un pequeño museo en Manhattan.
Mitchell dejó las misivas al colecionista Carter Burden, quien a su vez las legó a la Morgan Library. En ellas, Salinger relata cómo al principio disfrutó el reconocimiento que le aportó su novela de culto, lo que le permitió, entre otros, una cena privada con Laurence Olivier y Vivian Leigh en Londres.
Después de su huida a la soledad en New Hampshire, acudía -según las cartas- a menudo a Nueva York, la ciudad de su héroe de la novela Holden Caulfield. Allí se reunía con amigos, degustaba comida china preferentemente y pasaba horas en librerías o acudía a algún espectáculo de Broadway.
Su entusiasmo por la metrópolis fue decayendo con los años y al final sólo estaba fascinado con el "submundo" de Nueva York. A Salinger le encantaba el metro, tal como reconoció en una carta a Mitchell. Desde su "retiro" siguió con gran interés la evolución de la cultura pop y la política, según el "New York Times".
En vida, Salinger peleó hasta las máximas instancias judiciales para impedir que sus escritos llegasen al público. Y no obstante, hasta los años 80, o incluso más tarde, se levantaba a las seis de la mañana, se sentaba en su escritorio y trabajaba, según contaba a su amigo Mitchell en las cartas.
Las descripciones de su vida diaria alientan a los fans de Salinger porque podría haber dejado escritas más novelas, que no publicó por temor a las posibles críticas. En una carta de 1966 habla de "dos guiones, realmente libros, que desde hace años llevo conmigo y trabajo (en ellos)".

06 febrero, 2010

McCarthy al cine

De próximo estreno, La carretera adapta la novela homónima del gran escritor estadounidense. El guionista de la producción relata aquí su encuentro con McCarthy a la hora de la primera proyección del filme, una mañana de noviembre en el desierto de Nuevo México. Dice la nota:


La carretera es uno de los libros más oscuros, atrevidos y desesperados que se han publicado en los últimos años. Con razón su autor, Cormac McCarthy, ganó el Premio Pulitzer y terminó vendiendo millones de ejemplares. Afortunadamente para mí, aún no había sido publicado cuando comencé el trabajo de adaptarlo para el cine. Un año después, cuando terminé mi guión, era el libro favorito de Oprah Winfrey y McCarthy –que había visto ganar cuatro óscares a la película de los hermanos Coen sobre su novela No es país para viejos– se interesó en la película sobre La carretera. También el resto de Hollywood.
En febrero de 2008, con las temperaturas bajo cero de Pensilvania, llegó al set con su hijo John de 11 años para ver cómo andaba la película. Un año más tarde, mientras terminábamos de editarla en una sala de edición de Hollywood Oeste, Cormac consintió en encontrarse con nosotros en Nuevo México para verla y darle su omnipotente bendición. El director John Hillcoat y yo no guardábamos grandes ilusiones. Sabíamos que solamente la bendición de McCarthy nos permitiría estrenar una película con la que estuviéramos conformes. Sin él, estaríamos a la merced de inversores, cada vez más nerviosos. Nuestro futuro en Hollywood pendía de un hilo.
Entonces, cuando el viejo Cadillac plateado de McCarthy apareció en el esplendoroso desierto de Nuevo México, una mañana gélida de noviembre, para encontrarse conmigo y Hillcoat en una sala de proyecciones abandonada de Albuquerque, las expectativas no podrían ser más altas. Las cosas empezaron mal cuando, inmediatamente, falló el proyector. Mientras que McCarthy subía por el ascensor, Hillcoat se esforzaba en arreglar la máquina. Pero después falló el sonido. Eso también se pudo arreglar. Finalmente, los tres nos sentamos en unos sillones de cuero, separados por una distancia discreta, y comenzó la película. De inmediato, McCarthy comenzó a tomar apuntes en un cuaderno de reportero. Hillcoat y yo intercambiamos miradas nerviosas. Al final de la proyección, tenía páginas y páginas escritas en ese maldito cuaderno. Se paró, se estiró y no dijo absolutamente nada mientras pasaban los créditos. Hillcoat preguntó: "¿Y?". "Tengo que ir al baño", fue su única respuesta. Y se fue. "Igual que un crítico", murmuré.
Quedamos convencidos de que había odiado nuestra película más que a cualquiera de las otras adaptaciones de Hollywood que ya se han hecho de sus obras –y hubo algunas realmente malas. Mirábamos el reloj y esperábamos. O el baño estaba muy lejos o McCarthy se había rajado. Miramos por la ventana y nos quedamos tranquilos porque el Cadillac plateado aún estaba en el estacionamiento. De repente reapareció, mirando el piso como si hubiera perdido sus llaves en un desagüe y dijo: "Es muy buena". Hillcoat, que había sido machacado con la amenaza del fracaso por casi todas las personas involucradas en el proyecto, no pudo evitar la duda: "¿Seguro? ¿No lo estás diciendo de simpático, nomás?" "Escúchenme –nos reconfortó–: no me vine en auto desde tan lejos para mentirles". Agregó que le había parecido "muy potente" y "una película como ninguna que haya visto", pero que tendríamos que ir a comer algo antes de ponernos a delirar. Nos metimos todos en el Cadillac y fuimos a una parrilla en las afueras de Albuquerque. Yo estaba desesperado por un trago fuerte, pero tenía entendido que McCarthy había abandonado el alcohol. Entonces, cuando pidió una botella de syrah para acompañar nuestras hamburguesas, sentí como si fuera mi cumpleaños.
Lo primero que dijo sobre la película es que le gustaba la voz en off. Esto había sido una fuente de conflicto por mucho tiempo. Inicialmente, yo la quería para capturar el estilo de prosa de McCarthy, pero Hillcoat no. Después, una vez filmada, los productores pidieron la voz en off. Con pocas ganas, Hillcoat aceptó, pero nuestra estrella, Viggo Mortensen, estaba totalmente en contra de la idea. Robert Duvall, que tal vez tenga la mejor escena en la película, había estado improvisando diálogos extraordinarios y entonces pensamos en él para el voiceover. Cuando finalmente me senté en un hotel de Sunset Strip para terminar de escribirlo, con ocho personas preocupadísimas en llamada de conferencia opinando sobre cada palabra, el voiceover parecía destinado al fracaso. Ahora nos lo había aprobado el autor mismo. Tenía ganas de levantarlo a McCarthy y darle un abrazo de oso.
Pasamos del syrah a la cerveza local y la conversación se puso interesante. McCarthy nos contó que No es país para viejos fue escrito primero como un guión de cine, pero que se dio cuenta de que intentar hacer una carrera en el cine era perder el tiempo y lo escribió, sin más, como novela. El guión de los hermanos Coen terminó ganando un Oscar. McCarthy había escrito una obra de teatro, The sunset limited, y yo le pregunté por qué no había cultivado más ese género. "Porque me di cuenta de que mi futuro era demasiado breve", dijo casi bostezando su desdén por el teatro. Hablamos de su nueva popularidad con los cineastas –y las audiencias– de Hollywood. Mi teoría es que en un mundo pos 11 de septiembre, pos Katrina y pos Irak, ciudadanos comunes y corrientes por fin pueden imaginarse un mundo cruel y ausente de humanitarismo, un mundo que McCarthy viene describiendo hace décadas. No le interesó mucho mi teoría.
Y por supuesto, hablamos de John, su amado hijo que inspiró tanto de La carretera. Nació cuando McCarthy tenía casi 70 años, su mayor premio llegado tan tarde. Un creciente temor a la muerte y de qué significará para John es lo que motivó en Cormac La carretera. Yo había comenzado mi guión poco después de que murió mi padre y estaba identificándome con el hijo de la novela. Pero cuando empezamos a editar la película, mi mujer estaba embarazada y comencé a identificarme más con el padre, quien –mientras el mundo se quema– va perdiendo las esperanzas de ver su hijo crecer. Su otra obra maestra, Meridiano de sangre, trata de "los límites de nuestra inhumanidad", dijo McCarthy. La carretera se ocupa de "los límites de nuestra humanidad."
Con el alcohol en el ambiente, McCarthy se puso más colegial y discutimos sobre la escritura, los hijos y la música (McCarthy alguna vez fue cantante folk y aún escribe canciones). A las siete de la tarde nos despedimos, metiéndonos en el Cadillac para que McCarthy nos llevara al aeropuerto. Yo le pedí que me firmara mi edición de La carretera pero me dijo que no. Los únicos ejemplares que firmó los dejó para su hijo. Le pedí que firmara mi guión pero también me rechazó: "¿Para qué diablos haría eso? No tiene nada que ver conmigo." Por fin, firmó mi jemplar de Meridiano de sangre. Ya nos habíamos tomado unos cuantos tragos, pues cuando más tarde leí la dedicatoria: "De tu amigo, Cormac. Albuquerque, Noviembre, 2002". Me preocupé. Estábamos en noviembre de 2008. "¡Mierda, John! ¿Cuánto tomamos? Tiene que irse de vuelta en auto a Santa Fe, en la oscuridad, si termina en un precipicio somos nosotros los que tenemos la culpa. Habremos matado al mejor escritor de los Estados Unidos." Hubiera sido el último clavo en nuestro ataúd.
A la mañana siguiente, a las ocho en punto, aparecieron en el fax cuatro páginas tipiadas de notas transcritas por McCarthy de su cuaderno de reportero. Algunas eran devastadoras: "mala linea... demasiado obvio". Otras eran generosas. Todas eran sumamente útiles. Hillcoat había cortado lo que tal vez era el dialogo más emocionante de la película: "¿Qué harías si yo muriera?" le pregunta el niño a su padre. "Quisiera morir yo también", contesta el padre, con la ternura salvaje que caracteriza al libro. "Este intercambio", insistió McCarthy con modestia, "es importante". Hillcoat rápidamente la restituyó. Los apuntes son, en el mejor de los casos, un gran dolor en el culo. Las cuatro páginas de McCarthy tendrían que estar enmarcadas.

Adiós Tomás Eloy Martínez

Tomás Eloy Martínez (1934-2010). Fuente: revistañ


A los 75 años, esta semana falleció una de las grandes figuras de la literatura y el periodismo argentinos Tomás Eloy Martínez. Aquí, una remembranza de Sergio Ramírez sobre el autor de Santa Evita . Escritor hasta el último aliento:


Allá por comienzos de los años setenta cuando yo vivía en Costa Rica recibía puntualmente los paquetes de novedades que me enviaba, desde Buenos Aires, Fernando Vidal Buzzi, director de la Editorial Sudamericana, y entonces fue que me encontré por primera vez con el nombre de Tomás Eloy Martínez en la tapa de su novela Sagrado, que era la primera que publicaba y que años después, cuando llegamos a ser amigos entrañables, él solía desechar con sonrojo a la primera mención porque la consideraba una novela en la que se había dejado seducir por las palabras más que por la pasión de contar una historia.
Nunca nos vimos en mis visitas a Venezuela para los primeros años tan deslumbrantes de la revolución sandinista, cuando él dirigía el memorable Diario de Caracas, pero sabía que detrás de las preguntas que sus periodistas me hacían cuando enviaba a entrevistarme, estaba su mano de exiliado de una dictadura militar que veía en los acontecimientos de Nicaragua la esperanza de que pudiera haber por fin en el continente un cambio genuino, lejos de los moldes ideológicos, cambio que al fin, por desgracia, no se dio, y tanto que lloramos los dos sobre aquella leche derramada cada vez que nos acordábamos.
Nos conocimos en Buenos Aires en noviembre de 1988 cuando, en esa extraña escisión que me imponía mi cargo en el gobierno revolucionario, llegué para cumplir con una visita al presidente Raúl Alfonsín, y a la vez para estar presente en el lanzamiento de mi novela Castigo divino, publicada también por Sudamericana, y que Tomás presentó una noche en el Centro Cultural Belgrano, con público del mundo político, las madres de Plaza de Mayo a la cabeza y del mundo literario, clara consecuencia de la propia dualidad de mis oficios.
Pasaron años sin que volviéramos a vernos, hasta que nos encontramos otra vez en Buenos Aires en 1998, diez años después, para la Feria del Libro cuando se presentó mi novela Margarita está linda la mar, que había ganado la primera convocatoria del Premio Alfaguara, con él entre los miembros del jurado; pero fue un encuentro muy fugaz porque Tomás regresaba a la Universidad de Rutgers en Nueva Jersey, donde en ese momento enseñaba.
Es desde entonces cuando estuvimos lado a lado de cerca y de lejos, en proyectos, complicidades, alegrías y tribulaciones, como la muerte trágica de su esposa Susana, que le descalabró en tantos sentidos la vida, encontrándonos en tantas partes del mundo, en New Brunswick, o en su apartamento de la avenida Pueyrredón en Buenos Aires ya de regreso para siempre en la Argentina, o en mi casa en Managua, cuando vino por una única vez en toda su vida a Nicaragua y ya no quedaban ni rastros de la revolución, compartiendo asientos en el Consejo Rector del Premio de Nuevo Periodismo Iberoamericano, en la junta directiva de la cátedra Julio Cortázar, en las sesiones anuales del Foro Iberoamericano. Largas jornadas en librerías de Madrid o Lisboa, largas sobremesas en México o en Sevilla, su voz de timbre tucumano convocando a la risa, llamadas sorpresivas desde lugares distantes, mensajes electrónicos como cartas, ahora que ya no se escriben cartas.
Su presencia siempre fue una iluminación feliz para todos sus amigos, preocupado por la suerte ajena, siempre con algún libro cuya lectura recomendar, y con algo nuevo y deslumbrantemente divertido que contar, dueño de eso que yo llamaría una maledicencia edificante, unas historias en las que, igual que en sus novelas, nunca se sabía dónde comenzaba la mentira y dónde terminaba la verdad, pero nunca faltaba la risa.
Una presencia transparente la suya alejada de las mezquindades que suele teñir el oficio literario, generoso con los más jóvenes y generoso con sus pares como cuando, ya bajo los estragos del mal que se lo ha llevado, y venciendo todas las dificultades de un viaje así, voló desde Buenos Aires hasta México para estar presente en la celebración de los ochenta años de Carlos Fuentes. Hasta que la enfermedad lo fue inmovilizando pero nunca dejó de contestar los mensajes electrónicos, por mano suya o por la de alguno de sus hijos, siempre fiel hasta el final al gentil deber de la correspondencia como todo un caballero antiguo, mensajes suyos en los que nunca declinó el ánimo, ni perdió el optimismo ni el entusiasmo por la vida. "Le he dicho a los médicos que quiero calidad de vida y no cantidad de vida", me escribió.
En el balance de su vida colocó al final la literatura por encima de su otra pasión visceral, el periodismo, aunque en sus novelas nunca abandonó el periodismo que quedó en el entramado de la narración.
Un clásico de nuestras letras contemporáneas, maestro en el arte de borrar todo espacio o frontera entre la historia pública y la imaginación hasta crear una realidad paralela mucho más creíble que la realidad real, tanto así que inventó una historia de la Argentina en La novela de Perón y en Santa Evita, que sobrevivirá a la de los libros de texto. Ningún otro triunfo mejor para un novelista que inventar la historia de su propio país.
"Tenemos que estar agradecidos por cada momento en que la historia nos deja en paz", dice Philip Roth en alguna parte. A Tomás la historia nunca lo dejó en paz, y agradecido, cargó a la Argentina a lo largo de toda su vida como en peso vivo, como si se tratara del cadáver mismo de Eva Perón. Era su destino latinoamericano. Un destino hasta la muerte, y un escritor hasta la muerte que nunca cejó en escribir porque era su oficio sagrado. Ya casi imposibilitado, siguió escribiendo sus lúcidos y siempre aleccionadores artículos, y cada vez que yo abría el diario en Managua los domingos y encontraba su firma, era como si recibiera un mensaje suyo, estoy aquí, sigo vivo, sigo trabajando, lo haré hasta el último aliento.
Y así, escritor hasta el último aliento, siguió adelante tratando de terminar su última novela sobre el Olimpo, dictándola cuando ya no pudo con los dedos, sin dejarse nunca amedrentar por la muerte.