30 mayo, 2009

I Premio Cámara Peruana del Libro de Novela Breve 2009

La Cámara Peruana del Libro, con la finalidad de conmemorar el Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor, así como alentar la creatividad literaria de nuestra población, el fomento de lectura y promover la oferta editorial convoca al I Premio Cámara peruana del Libro de Concurso de Novela Breve 2009. El Premio es de 10000 y la publicación de la obra. Bases: Aquí

13 mayo, 2009

Homenaje a Onetti en el CC España


“LA PERFECTA REGULARIDAD DE LA MAESTRÍA”
Homenaje a Juan Carlos Onetti

La Embajada de España, La Embajada de Uruguay y el Centro Cultural de España, en el marco de las celebraciones por el centenario del nacimiento de Juan Carlos Onetti, escritor fundamental en la literatura latinomericana, han organizado dos días de conferencias, en las que se desarrollarán interesantes temas que nos acercarán un poco más a su vida y obra. Estas conferencias estarán bajo la presidencia de honor de Mario Vargas Llosa.

Jueves 14 (7:00 p.m.)
Conferencia La ficción como una realidad autónoma: asedios a la obra de Juan Carlos Onetti. A cargo de Pablo Rocca (Uruguay), Miguel Gutiérrez y Sonia Luz Carrillo (Perú). Modera: Juan Manuel Chávez (Perú).

Viernes 15 (7:00 p.m.)
Conferencia Un acercamiento testimonial a Juan Carlos Onetti. A cargo de Hortensia Campanella (Uruguay/España) y Mario Vargas Llosa (Perú). Modera: Javier Arévalo (Perú).

10 mayo, 2009

El caso Casement


Del irlandés Sir Roger Casament se va conociendo más datos, en gran medida, porque es el personaje principal del nuevo proyecto novelesco de Vargas Llosa (El sueño del Celta). Hoy, George Simons Pardo, en El Dominical, publica un artículo pasando revista a la vida de este Caballero de la Corona. El extraño caso de Roger Casement:

En abril de 1916, en plena Primera Guerra Mundial y pocos meses antes del fallido alzamiento irlandés de Pascua, Roger Casement fue capturado en un ambiguo episodio de tráfico de armas entre radicales irlandeses y alemanes. A pesar de que el incidente no sucedió en suelo británico —por lo que no le correspondía la pena capital—, Casement fue ejecutado.
Roger guardaba sus experiencias en dos grupos de diarios. En uno registraba sus aventuras humanitarias y en el otro describía con sumo detalle sus encuentros homosexuales, algo depravados incluso para nuestra época. Tras su captura, estos documentos fueron incautados. En una sociedad en la que Oscar Wilde había sido castigado en 1895 a dos años de trabajo forzoso por “cometer actos groseros con otros varones”, Casement negó la autoría de sus diarios. Sin embargo, el director de la inteligencia naval británica, Reginald Hall, los hizo públicos, con lo que arruinó las campañas de los seguidores de Casement para liberarlo.
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La tesis de la manipulación
En vísperas de las elecciones de 1924, el mismo Reginald Hall participó en la divulgación de “la carta de Zinoviev”, presidente de la Komintern rusa, dirigida a Mac Manus presidente del partido comunista inglés, en la que recomendaba directamente avivar la agitación social en el Reino Unido. La autenticidad de la carta no estaba comprobada pero igualmente la divulgaron y el partido laborista perdió los comicios. Entre los defensores de Casement, estas acciones reforzaron la tesis de que los diarios habían sido manipulados por la inteligencia británica. Fue entonces que se decretó el secreto de Estado sobre el caso de los diarios de Casement.
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Casement y el genocidio peruano
Cuando estuvo destacado en Brasil, en 1906, los ecos de sus hazañas en el Estado Libre del Congo (1883-1904) contra el genocidio llevado a cabo por Leopoldo II de Bélgica lo señalaban como el agente consular idóneo para verificar las denuncias de los viajeros norteamericanos W. Hardenburg y W. Perkins, acerca de las brutales torturas y asesinatos en la selva del Putumayo. Empresas colombianas y peruanas, como la de Julio César Arana, entre otros, abastecían de caucho a Gran Bretaña, Francia, Alemania y Estados Unidos, esclavizando para ello a los nativos de la Amazonía.
A comienzos del siglo XX, la presencia estatal en el Putumayo era confusa, las fronteras eran objeto de disputa entre Colombia y el Perú, donde la diplomacia vaticana actuaba como árbitro desde 1904.
Si bien Arana no era ciudadano británico, gracias al informe de Casement tuvo que responder ante la Cámara de los Comunes pues su Peruvian Amazon Company cotizaba en la bolsa de Londres. La defensa de Arana consistió en refugiarse tras la peruanización de la Amazonía: su empresa encarnaba los intereses nacionales peruanos por civilizar y llevar la presencia estatal y religiosa a la región. Los crímenes (esclavización por deudas y expropiaciones de tierras en el Putumayo) eran, según su versión, exageraciones de sus enemigos colombianos. Se comprobó, sin embargo, que la caída de los precios del caucho en 1907 llevó a Arana a exigir a sus capataces incrementar la extracción, lo que intensificó las “correrías” para conseguir más esclavos nativos. Si en el Congo se contaban por millones, en el Amazonas los crímenes se contaban por miles. Y no fue la intervención estatal peruana la que llevó la explotación del caucho a su fin —de hecho Arana llegaría al Senado del Perú como representante por Loreto—, sino el agotamiento del recurso natural.
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Existencia póstuma reciente
La reciente biografía de Séamas Ó Síochain, “Roger Casement: Imperialist, rebel, revolutionary” (Roger Casement: Imperialista, rebelde, revolucionario) ofrece una lectura amplia de una vida compleja, con episodios fascinantes como su participación en misiones de la inteligencia británica durante la Guerra de los Boers o en la crisis de Fashoda, en el Sudán. Mario Vargas Llosa aporta una nueva tesis al debate en “El sueño del celta”, título tentativo de la nueva novela que escribe basada en este personaje. Según el escritor, los diarios habrían sido en parte ficcionados por el propio Casement, acentuando así los innumerables reflejos entre memoria y fantasía, entre historia escrita e historia vivida que aún hoy lucha por ser comprendida.
Casement no podía pensar en los nativos del Congo y del Amazonas peruano si no como seres humanos esclavizados. Desarrolló, pues, una actitud contestataria hacia autoridades gubernamentales y comerciantes que expropiaban la tierra y los derechos de los nativos.
Cuando comprobó que eso también sucedía en su Irlanda natal, renunció al cuerpo diplomático en 1912 y se dedicó a la causa irlandesa. Convencido de que la compra de armas a los alemanes por parte de los rebeldes irlandeses en vísperas de la Pascua de 1916 era una locura, quiso impedirlo y fue en dicho intento que resultó capturado y luego ejecutado. Recordarlo equivale a tener presente el común denominador que hoy pervive entre Sudamérica y África: las poblaciones aledañas a zonas ricas en recursos naturales son, paradójicamente, pobres, maltratadas y olvidadas.
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La verdad sale a la luz
En 1959 el periodista inglés P. Singleton Gates logró publicar los diarios de Casement en París. Luego Angus Mitchell avivaría la controversia sosteniendo que en 1910 Casement, por una enfermedad a los ojos, escribió parte de sus diarios en lápiz, lo que los hizo fácilmente manipulables. Pero lo que llevaba a pensar en el plagio fue la divergencia en las descripciones, como si cada evento fuera narrado por dos psyches distintas: un Dr. Jekyll en los llamados “Diarios blancos”, y un Mr. Hyde en los “Diarios negros”. La polémica continuó hasta que un análisis forense realizado por la doctora Audrey Giles en el 2002 demostró que los diarios fueron escritos de puño y letra de Casement
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Más datos:
- Las raíces de lo humano, por Mario Vargas Llosa

¿De qué comeremos entonces?...señores de Google books???


Que todo el conocimiento esté al alcance de un click es algo que ni siquiera el mismo Borges hubiera imaginado. Google desde hace unos años ha planteado dicha posibilidad, y en gran medida, lo viene realizando. Sin embargo, en este colosal sueño se olvidan que en la cadena de producción, elaboración y recepción de un libro, hay agentes acaso necesarios. O por lo menos usuales. ¿Dónde quedarán los editores, las papeleras, los derechos de autor y hasta los sentimientos de los románticos amantes del libro de papel y tinta? ¿De qué comerán si todas las ganancias van al insaciable bolsillo de Google? Diego Otero, en El Dominical, hace un balance al mentado problema. ¿La biblioteca absoluta?

Jugar o no jugar monopolio
La historia es más o menos así. El 2004 Google realiza una serie de contratos con algunas de las más grandes bibliotecas públicas del mundo. El buscador informático se compromete a escanear y digitalizar los libros gratuitamente, y a devolverle a cada biblioteca una copia digital de su archivo. Hasta ahí todo bien. El 2005 el gremio de autores y la asociación de editores americanos se unen y abren una demanda a la corporación por copiar material bajo derechos de autor (fragmentos, no libros enteros) y ofrecerlo en línea. Luego de una serie de negociaciones, en octubre del año pasado, finalmente, se llega a un acuerdo. Entre otras cosas, Google destinaría una cantidad inicial de 125 millones de dólares para indemnizar a los autores cuyos derechos hayan sido violados.
Ese acuerdo debería ser ratificado por un juez en junio de este año, pero es tal la cantidad de objeciones que la decisión ha sido pospuesta hasta octubre (la idea es que el juez reciba nuevas objeciones hasta setiembre, y pueda llegar a una conclusión más justa o equilibrada). Una de las objeciones más sólidas incide en el peligro de que Google sea la única empresa con una licencia explícita para ofrecer por vía digital los libros del siglo XX; libros que, por un lado, gozan de derechos de autor pero que no están en circulación; y, por el otro, los llamados libros huérfanos, es decir, aquellos protegidos por derechos de autor pero cuyos titulares no han sido identificados. La pregunta obvia es: ¿cómo así una corte permite a una empresa tener el monopolio de todos esos libros?
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Otras objeciones
En declaraciones a la prensa, Brewster Kahle, representante de Internet Archive, una de las más importantes instituciones sin fines de lucro dedicadas a construir una biblioteca virtual, afirmó que el gremio de autores y la asociación de editores americanos convocaron una demanda colectiva. Es decir, una demanda que pretendía representar a “todos aquellos involucrados en los libros del siglo XX”. El problema, claro, es que no solo entablaron esa demanda por daños ya infligidos, sino que plantearon las reglas para negociar en el futuro. Lo que significaría, en otras palabras, que se pretende establecer todo un nuevo régimen de derechos de autor definido en relación con las necesidades y los proyectos de Google. ¿Estaríamos, entonces, no solo frente un monopolio sino a un sistema legal prácticamente hecho a medida?
El escritor peruano Iván Thays, a través de su blog (
notasmoleskine.blogspot.com), subrayó en su momento otra de las objeciones. Una que atañe directamente a los autores. En los últimos meses, luego del acuerdo ya mencionado, Google lanzó una enorme y curiosa campaña internacional —a través de los más diversos medios de prensa, invirtiendo varios millones de dólares— en la que solicitan a todos los escritores que se contacten con ellos (y no al revés, como sería lo habitual y lógico) para evitar ser digitalizados y colgados en línea. Pero eso no es lo más raro. “Si no lo hace en un plazo relativamente breve”, comenta Thays, “dan por “sentado” que el autor está conforme en ser digitalizado y pueden hacerlo libremente y, además, no tienen ningún reparo en hacer negocio luego con esa versión”.
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¿Book stars on tour?
El futuro de los libros es digital y en línea. Eso está claro. Pero suena más que peligrosa la posibilidad de que exista una sola gran biblioteca de bibliotecas en la red, controlada por una sola gran corporación. Como dice Kahle: “Si ellos van a ser la biblioteca con la que crecerá la siguiente generación, entonces podrán decidir quién tendrá acceso a los trabajos, y si sucede que uno está leyendo un libro, entonces ellos necesariamente lo sabrán”. ¿Alguien mencionó a Orwell? El “affaire” de Google es, finalmente, una cuestión de poder y posibilidades de competencia. Pero lo más probable es que con los libros suceda lo mismo que con la industria musical. Con la salvedad de un detalle: el escritor y el editor no podrán hacer exitosos conciertos para promocionar el libro que correrá, como los discos, por los programas para compartir información que ya hoy ofrece Internet. ¿De qué comerán entonces?
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ARCHIVOS DEL FUTURO
El programa de búsqueda de libros de Google —books.google.com— viene creando desde hace algunos años un gran archivo, a la manera de una biblioteca virtual. Para construir este archivo, Google se ha asociado con varias bibliotecas del mundo, y ha planteado un programa de afiliación para autores. De aprobarse finalmente el acuerdo entre la corporación y los demandantes (ver artículo), Google podrá mostrar ya no solo fragmentos de los más de siete millones de libros descatalogados con que hoy cuenta su archivo, sino ofrecer a la venta versiones digitales de esos mismos libros. Pero no solo eso. Google Books servirá también como una base de datos para los libros que circulan hoy día: a través del buscador uno podrá acceder a una vista previa del libro y, eventualmente, podrá adquirirlo.

Vuelve Bryce


Hoy en El Comercio, aparece un artículo a propósito de “La esposa del Rey de las Curvas”, el más reciente libro de cuentos de Alfredo Bryce Echenique. Entre otros datos acerca del libro, Bryce a confirmado que ha mudado permanentemente su laboratorio creativo a Lima (¿será por la gripe porcina?) y que está enfrascando en un nuevo proyecto novelesco: "un anti “Mundo para Julius”: la historia de una familia en decadencia a lo largo de tres generaciones". Para ello, visitará lugares de la Lima de sus recuerdos. Desear ir a "sitios viejos, a Magdalena, San Miguel, los Barrios Altos, lugares donde vivieron parientes míos o solía ir a pasear. Solo quiero saber qué es lo que siento al visitarlos, me da curiosidad volver a ver la Lima que fue, la Lima de mi infancia y adolescencia, hasta que me fui a Europa a los 25 años”. La vuelta del rebelde metafísico:

“Estaba nostálgico del género del cuento. Yo empecé con un libro de cuentos, seguí con una novela, y pensé que siempre publicaría de esa manera, alternando la ficción larga con la corta. Pero la proporción se invirtió: los cuentos pasaron a ser menos y las novelas más. Haciendo el balance de mi vida de escritor a esta edad, pensé que faltaba un quinto libro de cuentos. El proceso de este libro ha estado lleno de simbologías: escribí cinco relatos en Barcelona, donde estaba terminando de vivir, y cinco en Lima, donde estoy empezando a vivir. Pero al final quedé muy contento con el libro. Ya ha empezado a generar reacciones entre la crítica aquí, que han sido bastante positivas, y pronto lo publicaré en España con Anagrama”, asegura el escritor desde la novísima (y magnífica) biblioteca de su casa en Miraflores. “Vivimos en un mundo en el que todos escriben novelas. Pero el cuento es un género todavía más exigente, porque demanda una perfección y tiene una serie de reglas que yo no suelo cumplir, como la brevedad, la concisión, el efecto sorpresa González Vigil ha escrito algo sobre eso, precisamente, en su reseña de El Comercio: trato los cuentos como si no fueran cuentos. Ricardo Palma, para desesperación de González Prada y Luis Loayza —entre los críticos modernos, tampoco respetaba esas reglas. Es que son costumbres, no leyes”. (...) Bryce por ahora anda desandando los pasos de su propia adolescencia y juventud, mientras realiza las indagaciones pertinentes para lo que será una nueva novela, quizás la más ambiciosa de su producción última. Por ello, viene recorriendo nuevamente los escenarios de su pasado, las casas en las que vivió alguna vez, los antiguos barrios, lo que queda de aquellos paisajes que marcaron sus años formativos. “Esta investigación no es algo topográfico, porque no soy un escritor realista, como Mario Vargas Llosa, por ejemplo. Esta novela será algo así como un anti “Mundo para Julius”: la historia de una familia en decadencia a lo largo de tres generaciones. Por un lado me ha dado mucha curiosidad volver a ver sitios en los que fui muy feliz, como la casa que tenía mi abuelo en la avenida Salaverry y que luego la compró la logia masónica. Ya estoy haciendo las gestiones para poder entrar, porque los masones suelen tomar muchas precauciones, sobre todo con sus templos, como este. Con este libro quiero reencontrarme con la ciudad, aunque solo quiero ir a los sitios viejos, a Magdalena, San Miguel, los Barrios Altos, lugares donde vivieron parientes míos o solía ir a pasear. Solo quiero saber qué es lo que siento al visitarlos, me da curiosidad volver a ver la Lima que fue, la Lima de mi infancia y adolescencia, hasta que me fui a Europa a los 25 años”, asegura el escritor, quien pronto volverá a España para inaugurar los cursos de verano y dictar conferencias en la Universidad Complutense de Madrid.

Centenario de Onetti

(Montevideo, 1909 - Madrid, 1994)

Celebrar a Onetti es celebrar a uno de los más geniales narradores que ha dado latinoamericana. Se está publicando su obra reunida, se están dando mesas redondas a propósito de su obra (Dos miradas sobre Onetti, en un emotivo homenaje )y en fin, todo lo que se pueda para celebrar el centenario de su nacimiento el próximo 1 de julio. en Aquí un cuento suyo:

Bienvenido, Bob

Es seguro que cada día estará más viejo, más lejos del tiempo en que se llamaba Bob, del pelo rubio colgando en la sien, la sonrisa y los lustrosos ojos de cuando entraba silenciosamente en la sala, murmurando un saludo o moviendo un poco la mano cerca de la oreja, e iba a sentarse bajo la lámpara, cerca del piano, con un libro o simplemente quieto y aparte, abstraído, mirándonos durante una hora sin un gesto en la cara, moviendo de vez en cuando los dedos para manejar el cigarrillo y limpiar de cenizas la solapa de sus trajes claros.

Igualmente lejos —ahora que se llama Roberto y se emborracha con cualquier cosa, protegiéndose la boca con la mano sucia cuando toso— del Bob que tomaba cerveza, dos vasos solamente en la más larga de las noches, con una pila de monedas de diez sobre su mesa de la cantina del club, para gastar en la máquina de discos. Casi siempre solo, escuchando jazz, la cara soñolienta, dichosa y pálida, moviendo apenas la cabeza para saludarme cuando yo pasaba, siguiéndome con los ojos tanto tiempo como yo me quedara, tanto tiempo como me fuera posible soportar su mirada azul detenida incansablemente en mí, manteniendo sin esfuerzo el intenso desprecio y la burla más suave. También con algún otro muchacho, los sábados, alguno tan rabiosamente joven como él, con quien conversaba de solos, trompas y coros y de la infinita ciudad que Bob construiría sobre la costa cuando fuera arquitecto. Se interrumpía al verme pasar para hacerme el breve saludo y no sacar los ojos de mi cara, resbalando palabras apagadas y sonrisas por una punta de la boca hacia el compañero que terminaba siempre por mirarme y duplicar en silencio el silencio y la burla.

A veces me sentía fuerte y trataba de mirarlo: apoyaba la cara en una mano y fumaba encima de mi copa mirándolo sin pestañear, sin apartar la atención de mi rostro que debía sostenerse frío, un poco melancólico. En aquel tiempo Bob era muy parecido a Inés; podía ver algo de ella en su cara a través del salón del club, y acaso alguna noche lo haya mirado como la miraba a ella. Pero casi siempre prefería olvidar los ojos de Bob y me sentaba de espaldas a él y miraba las bocas de los que hablaban en mi mesa, a aveces callado y triste para que él supiera que había en mí algo más que aquello por lo que había juzgado, algo próximo a él; a veces me ayudaba con unas copas y pensaba “querido Bob, andá a contárselo a tu hermanita”, mientas acariciaba las manos de las muchachas que estaban sentadas a mi mesa o estiraba una teoría sobre cualquier cosa, para que ellas rieran y Bob lo oyera.

Pero ni la actitud ni la mirada de Bob mostraban ninguna alteración en aquel tiempo, hiciera yo lo que hiciera. Sólo recuerdo esto como prueba de que él anotaba mis comedias en la cantina. Tenía un impermeable cerrado hasta el cuello, las manos en los bolsillos. Me saludó moviendo la cabeza, miró alrededor enseguida y avanzó en la habitación como si me hubiera suprimido con la rápida cabezada: lo vi moverse dando vueltas a la mesa, sobre la alfombra, andando sobre ella con sus amarillentos zapatos de goma. Tocó una flor con un dedo, se sentó en el borde de la mesa y se puso a fumar mirando el florero, el sereno perfil puesto hacia mí, un poco inclinado, flojo y pensativo. Imprudentemente —yo estaba de pie recostado contra el piano— empuje con mi mano izquierda una tecla grave y quedé ya obligado a repetir el sonido cada tres segundos, mirándolo.

Yo no tenía por él más que odio y un vergonzante respeto, y seguí hundiendo la tecla, clavándola con una cobarde ferocidad en el silencio de la casa, hasta que repentinamente quedé situado afuera, observando la escena como si estuviera en lo alto de la escalera o en la puerta, viéndolo y sintiéndolo a él, Bob, silencioso y ausente junto al hilo de humo de su cigarrillo que subía temblando; sintiéndome a mí, alto y rígido, un poco patético, un poco ridículo en la penumbra, golpeando cada tres exactos segundos la tecla grave con mi índice. Pensé entonces que no estaba haciendo sonar el piano por una incomprensible bravata, sino que lo estaba llamando; que la profunda nota que tenazmente hacía renacer mi dedo en el borde de cada última vibración era, al fin encontrada, la única palabra pordiosera con que podía pedir tolerancia y comprensión a su juventud implacable. Él continuó inmóvil hasta que Inés golpeó la puerta del dormitorio antes de bajar a juntarse conmigo. Entonces Bob se enderezó y vino caminando con pereza hasta el otro extremo del piano, apoyó un codo, me moró un momento y después dijo con una hermosa sonrisa: “Esta noche es una noche de lecho o de whisky? ¿Ímpetu de salvación o salto en el vacío?”.

No podía contestarle nada, no podía deshacerle la cara de un golpe; dejé de tocar y fui retirando lentamente la mano del piano. Inés estaba en la mitad de la escalera cundo él me dijo: “Bueno, puede ser que usted improvise”.

El duelo duró tres o cuatro meses, y yo no podía dejar de ir por las noches al club —recuerdo, de paso, que había campeonato de tenis por aquel tiempo— porque cuando me estaba por algún tiempo sin aparecer por allí, Bob saludaba mi regreso aumentando el desdén y la ironía en sus ojos y se acomodaba en el asiento con una mueca feliz.

Cuando llegó el momento de que yo no pudiera desear otra solución que casarme con Inés cuanto antes, Bob y su táctica cambiaron. No sé cómo supo mi necesidad de casarme con su hermana y de cómo yo había abrazado esa necesidad con todas las fuerzas que me quedaban. Mi amor por aquella necesidad había suprimido el pasado y toda atadura con el presente. No reparaba entonces en Bob; pero poco tiempo después hube de recordar cómo había cambiado en aquella época y alguna vez quedé inmóvil, de pie en la esquina, insultándolo entre dientes, comprendiendo que entonces su cara había dejado de ser burlona y me enfrentaba con seriedad y un intenso cálculo, como se mira un peligro o una tarea compleja, como se trata de valorar el obstáculo y medirlo con las fuerzas de uno. Pero yo no le daba ya importancia y hasta llegué a pensar que en su cara inmóvil y fija estaba naciendo la comprensión por lo fundamental mío, por un viejo pasado de limpieza que la adorada necesidad de casarme con Inés extraía de debajo de los años y sucesos para acercarme a él.

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Reynoso editado en Argentina

Carátula de Radar Libros. Fuente: radarlibros Carátula de Radar Libros. Fuente: radarlibros Carátula de Radar Libros. Fuente: radarlibros
Carátula de Radar Libros. Fuente: radarlibros
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Y cuando hace unos meses se debatía el por qué José Miguel Oviedo no había incluído en su Historia de Literatura hispanoamericana a Oswaldo Reynoso, y la respuesta era que la obra del autor arequipeño no tenía una repercusión continental. Ahora, con esta noticia, habrá que volver analizar dicha postura. "Contemporáneo de Julio Ribeyro y Mario Vargas Llosa, Oswaldo Reynoso es uno de los secretos mejor guardados y aún muy resistido de la literatura peruana (el subrayado es mío). En los ’60, Reynoso, declarado marxista, publicó Los inocentes, suerte de Juguete rabioso limeño, libro que provocó reacciones bien encontradas. Ahora se publica en Argentina En octubre no hay milagros (Ediciones El Andariego), su segunda novela de 1965. Homoerotismo, miseria y vitalidad en un momento crucial en que la ciudad se expandía hacia sus propios límites". Así se presenta el extenso artículo de Mariana Enriquez en Radarlibros. El marxista rabioso:

En octubre no hay milagros no fue un libro bien recibido por la crítica allá por mediados de los ’60, y eso a pesar de que el primer libro de Reynoso, Los inocentes (1961), había sido celebrado nada menos que por José María Arguedas. En el influyente diario El Comercio, por ejemplo, el crítico José Miguel Oviedo escribió: “Trataremos a su autor como lo que evidentemente es: un autor fascinado por la abyección, la morbosidad y la inmundicia en que se revuelca el hombre de esta misma pudibunda ciudad. Las relaciones sexuales son un camino de perfección en la perversidad: la sodomía no basta y se le injertan estímulos (drogas, bestialismo, alcohol). Hay páginas hediondas que deben arrojarse, sin más, a la basura y el autor es un marxista rabioso”. Extrañamente, entre los poquísimos defensores de En octubre no hay milagros –novela que, sin más, podemos considerar uno de los frescos urbanos más importantes de la literatura latinoamericana– fue Mario Vargas Llosa, quien hoy está a mundos de distancia de Reynoso en cuanto a sus opiniones políticas. Pero entonces supo ver la importancia de esta flor en la mugre: “La novela de Reynoso no es pornografía ni es obscena”, escribió en Expreso, 1966: “Es un libro de una crudeza fría y áspera como la realidad que la inspira y tiene los altos méritos –raros, entre nosotros– de la insolencia y de la ambición. El ha querido trazar un fresco verídico y múltiple de Lima, una radiografía horizontal y vertical de la ciudad, tal como lo hizo con México Carlos Fuentes en La región más transparente, y lo ha conseguido en gran parte”. ¿Qué tenía En octubre no hay milagros para causar tal revuelo? Por un lado, el registro hasta entonces muy raro en la literatura peruana, del habla y las costumbres de las clases populares. Por otro, y quizá aún más impactante, la aparición de personajes gays, de jóvenes que se prostituyen para solaz de los poderosos, de cuerpos esbeltos deseados en las calles de Lima. Esto ya aparecía en Los inocentes, la colección de cuentos sobre adolescentes que convirtió a Reynoso en escritor de iniciación y a su libro en talismán. “Ahoritita le saco la mierda a ese viejo que simula ver la vitrina cuando en realidad me come con los ojos. Está mira que te mira que te mira. Pensará: camisa roja y pichón en cama. Simulo no verlo. Su mirada quema. Seguramente estoy sonrojado. Eso le gusta: inocencia y pecado”, escribe en el primer cuento. El que habla es Cara de ángel, uno de los personajes más célebres de la literatura peruana. Los inocentes tuvo una reedición definitiva en 2006, vía la editorial independiente Estruendomudo, dirigida por el muy joven editor Alvaro Lasso, que dice en charla con Radarlibros: “Decidí reeditarlo porque las ediciones que había no hacían justicia al libro. Aunque todos sabíamos que era un clásico, las ediciones tenían problemas de erratas y diseños poco llamativos que no correspondían a la agresiva belleza del texto. Entonces decidí que era necesario preparar una edición bien cuidada, y ya que estaba en ello, con material adicional. Oswaldo aceptó gustoso nuestra propuesta, y fue tan generoso que nos abrió su cajón de los recuerdos cuando le hablamos del material extra, por eso contamos con tantas fotos personales y de juventud”. ¿Qué significa Los inocentes, y por lo tanto la figura de Reynoso, para los jóvenes escritores y lectores peruanos? Explica Lasso: “Es un libro muy comentado e influyente en la última generación de narradores. Lo han leído muchísimos peruanos, y en especial gente de los estratos más bajos, gracias a que el propio Oswaldo se va de gira por los colegios de provincia todos los años. En los espacios sociales desde los cuales se dicta el canon peruano, en cambio, se le ningunea. Antes, en los ’70, se criticaba al autor por ser gay y por usar groserías en sus textos, y ahora se le critica por mantener su ideología de izquierda. Pero si hablamos de un verdadero transgresor en la literatura peruana, de un narrador que debe estar sentado en la misma fila que Vargas Llosa, Bryce Echenique y Arguedas, ése es Oswaldo Reynoso”.

02 mayo, 2009

Inéditos de Cortázar

Foto: Odile Montserrat / SYGMA / CORBIS

No hay nada que hacer, escritores como Cortázar siguen, después de muertos, generando expectativa y goce. Hace unos días salieron a la luz unas cartas, ahora, el suplemento adn Cultura, publica un anticipo exclusivo de un próximo libro con cuentos inéditos, crónicas y artículos del gran escritor argentino . Papeles inesperados es el título del libro de casi 500 páginas. ¡Una gran publicación póstuma! Aquí, el inicio del cuento Manuscrito hallado junto a una mano

Llegaré a Estambul a las ocho y media de la noche. El concierto de Nathan Milstein comienza a las nueve, pero no será necesario que asista a la primera parte; entraré al final del intervalo, después de darme un baño y comer un bocado en el Hilton. Para ir matando el tiempo me divierte recordar todo lo que hay detrás de este viaje, detrás de todos los viajes de los dos últimos años. No es la primera vez que pongo por escrito estos recuerdos, pero siempre tengo buen cuidado de romper los papeles al llegar a destino. Me complace releer una y otra vez mi maravillosa historia, aunque luego prefiera borrar sus huellas. Hoy el viaje me parece interminable, las revistas son aburridas, la hostess tiene cara de tonta, no se puede siquiera invitar a otro pasajero a jugar a las cartas. Escribamos, entonces, para aislarnos del rugido de las turbinas. Ahora que lo pienso, también me aburría mucho la noche en que se me ocurrió entrar al concierto de Ruggiero Ricci. Yo, que no puedo aguantar a Paganini. Pero me aburría tanto que entré y me senté en una localidad barata que sobraba por milagro, ya que la gente adora a Paganini y además hay que escuchar a Ricci cuando toca los Caprichos . Era un concierto excelente y me asombró la técnica de Ricci, su manera inconcebible de transformar el violín en una especie de pájaro de fuego, de cohete sideral, de kermesse enloquecida. Me acuerdo muy bien del momento: la gente se había quedado como paralizada con el remate esplendoroso de uno de los caprichos, y Ricci, casi sin solución de continuidad, atacaba el siguiente. Entonces yo pensé en mi tía, por una de esas absurdas distracciones que nos atacan en lo más hondo de la atención, y en ese mismo instante saltó la segunda cuerda del violín. Cosa muy desagradable, porque Ricci tuvo que saludar, salir del escenario y regresar con cara de pocos amigos, mientras en el público se perdía esa tensión que todo intérprete conjura y aprovecha. El pianista atacó su parte, y Ricci volvió a tocar el capricho. Pero a mí me había quedado una sensación confusa y obstinada a la vez, una especie de problema no resuelto, de elementos disociados que buscaban concatenarse. Distraído, incapaz de volver a entrar en la música, analicé lo sucedido hasta el momento en que había empezado a desasosegarme, y concluí que la culpa parecía ser de mi tía, de que yo hubiera pensado en mi tía en mitad de un capricho de Paganini. En ese mismo instante se cayó la tapa del piano, con un estruendo que provocó el horror de la sala y la total dislocación del concierto. Salí a la calle muy perturbado y me fui a tomar un café, pensando que no tenía suerte cuando se me ocurría divertirme un poco.
Debo ser muy ingenuo, pero ahora sé que hasta la ingenuidad puede tener su recompensa. Consultando las carteleras averigüé que Ruggiero Ricci continuaba su tournée en Lyon. Haciendo un sacrificio me instalé en la segunda clase de un tren que olía a moho, no sin dar parte de enfermo en el instituto médico-legal donde trabajaba. En Lyon compré la localidad más barata del teatro, después de comer un mal bocado en la estación, y por las dudas, por Ricci sobre todo, no entré hasta último momento, es decir hasta Paganini. Mis intenciones eran puramente científicas (pero es la verdad, no estaba ya trazado el plan en alguna parte) y como no quería perjudicar al artista, esperé una breve pausa entre dos caprichos pera pensar en mi tía. Casi sin creerlo vi que Ricci examinaba atentamente el arco del violín, se inclinaba con un ademán de excusa, y salía del escenario. Abandoné inmediatamente la sala, temeroso de que me resultara imposible dejar de acordarme otra vez de mi tía. Desde el hotel, esa misma noche, escribí el primero de los mensajes anónimos que algunos concertistas famosos dieron en llamar las cartas negras. Por supuesto Ricci no me contestó, pero mi carta preveía no sólo la carcajada burlona del destinatario sino su propio final en el cesto de los papeles. En el concierto siguiente -era en Grenoble- calculé exactamente el momento de entrar en la sala, y a mitad del segundo movimiento de una sonata de Schumann pensé en mi tía. Las luces de la sala se apagaron, hubo una confusión considerable y Ricci, un poco pálido, debió acordarse de cierto pasaje de mi carta antes de volver a tocar; no sé si la sonata valía la pena, porque yo iba ya camino del hotel.
(...)

También han publicado los textos inéditos: