06 febrero, 2010

McCarthy al cine

De próximo estreno, La carretera adapta la novela homónima del gran escritor estadounidense. El guionista de la producción relata aquí su encuentro con McCarthy a la hora de la primera proyección del filme, una mañana de noviembre en el desierto de Nuevo México. Dice la nota:


La carretera es uno de los libros más oscuros, atrevidos y desesperados que se han publicado en los últimos años. Con razón su autor, Cormac McCarthy, ganó el Premio Pulitzer y terminó vendiendo millones de ejemplares. Afortunadamente para mí, aún no había sido publicado cuando comencé el trabajo de adaptarlo para el cine. Un año después, cuando terminé mi guión, era el libro favorito de Oprah Winfrey y McCarthy –que había visto ganar cuatro óscares a la película de los hermanos Coen sobre su novela No es país para viejos– se interesó en la película sobre La carretera. También el resto de Hollywood.
En febrero de 2008, con las temperaturas bajo cero de Pensilvania, llegó al set con su hijo John de 11 años para ver cómo andaba la película. Un año más tarde, mientras terminábamos de editarla en una sala de edición de Hollywood Oeste, Cormac consintió en encontrarse con nosotros en Nuevo México para verla y darle su omnipotente bendición. El director John Hillcoat y yo no guardábamos grandes ilusiones. Sabíamos que solamente la bendición de McCarthy nos permitiría estrenar una película con la que estuviéramos conformes. Sin él, estaríamos a la merced de inversores, cada vez más nerviosos. Nuestro futuro en Hollywood pendía de un hilo.
Entonces, cuando el viejo Cadillac plateado de McCarthy apareció en el esplendoroso desierto de Nuevo México, una mañana gélida de noviembre, para encontrarse conmigo y Hillcoat en una sala de proyecciones abandonada de Albuquerque, las expectativas no podrían ser más altas. Las cosas empezaron mal cuando, inmediatamente, falló el proyector. Mientras que McCarthy subía por el ascensor, Hillcoat se esforzaba en arreglar la máquina. Pero después falló el sonido. Eso también se pudo arreglar. Finalmente, los tres nos sentamos en unos sillones de cuero, separados por una distancia discreta, y comenzó la película. De inmediato, McCarthy comenzó a tomar apuntes en un cuaderno de reportero. Hillcoat y yo intercambiamos miradas nerviosas. Al final de la proyección, tenía páginas y páginas escritas en ese maldito cuaderno. Se paró, se estiró y no dijo absolutamente nada mientras pasaban los créditos. Hillcoat preguntó: "¿Y?". "Tengo que ir al baño", fue su única respuesta. Y se fue. "Igual que un crítico", murmuré.
Quedamos convencidos de que había odiado nuestra película más que a cualquiera de las otras adaptaciones de Hollywood que ya se han hecho de sus obras –y hubo algunas realmente malas. Mirábamos el reloj y esperábamos. O el baño estaba muy lejos o McCarthy se había rajado. Miramos por la ventana y nos quedamos tranquilos porque el Cadillac plateado aún estaba en el estacionamiento. De repente reapareció, mirando el piso como si hubiera perdido sus llaves en un desagüe y dijo: "Es muy buena". Hillcoat, que había sido machacado con la amenaza del fracaso por casi todas las personas involucradas en el proyecto, no pudo evitar la duda: "¿Seguro? ¿No lo estás diciendo de simpático, nomás?" "Escúchenme –nos reconfortó–: no me vine en auto desde tan lejos para mentirles". Agregó que le había parecido "muy potente" y "una película como ninguna que haya visto", pero que tendríamos que ir a comer algo antes de ponernos a delirar. Nos metimos todos en el Cadillac y fuimos a una parrilla en las afueras de Albuquerque. Yo estaba desesperado por un trago fuerte, pero tenía entendido que McCarthy había abandonado el alcohol. Entonces, cuando pidió una botella de syrah para acompañar nuestras hamburguesas, sentí como si fuera mi cumpleaños.
Lo primero que dijo sobre la película es que le gustaba la voz en off. Esto había sido una fuente de conflicto por mucho tiempo. Inicialmente, yo la quería para capturar el estilo de prosa de McCarthy, pero Hillcoat no. Después, una vez filmada, los productores pidieron la voz en off. Con pocas ganas, Hillcoat aceptó, pero nuestra estrella, Viggo Mortensen, estaba totalmente en contra de la idea. Robert Duvall, que tal vez tenga la mejor escena en la película, había estado improvisando diálogos extraordinarios y entonces pensamos en él para el voiceover. Cuando finalmente me senté en un hotel de Sunset Strip para terminar de escribirlo, con ocho personas preocupadísimas en llamada de conferencia opinando sobre cada palabra, el voiceover parecía destinado al fracaso. Ahora nos lo había aprobado el autor mismo. Tenía ganas de levantarlo a McCarthy y darle un abrazo de oso.
Pasamos del syrah a la cerveza local y la conversación se puso interesante. McCarthy nos contó que No es país para viejos fue escrito primero como un guión de cine, pero que se dio cuenta de que intentar hacer una carrera en el cine era perder el tiempo y lo escribió, sin más, como novela. El guión de los hermanos Coen terminó ganando un Oscar. McCarthy había escrito una obra de teatro, The sunset limited, y yo le pregunté por qué no había cultivado más ese género. "Porque me di cuenta de que mi futuro era demasiado breve", dijo casi bostezando su desdén por el teatro. Hablamos de su nueva popularidad con los cineastas –y las audiencias– de Hollywood. Mi teoría es que en un mundo pos 11 de septiembre, pos Katrina y pos Irak, ciudadanos comunes y corrientes por fin pueden imaginarse un mundo cruel y ausente de humanitarismo, un mundo que McCarthy viene describiendo hace décadas. No le interesó mucho mi teoría.
Y por supuesto, hablamos de John, su amado hijo que inspiró tanto de La carretera. Nació cuando McCarthy tenía casi 70 años, su mayor premio llegado tan tarde. Un creciente temor a la muerte y de qué significará para John es lo que motivó en Cormac La carretera. Yo había comenzado mi guión poco después de que murió mi padre y estaba identificándome con el hijo de la novela. Pero cuando empezamos a editar la película, mi mujer estaba embarazada y comencé a identificarme más con el padre, quien –mientras el mundo se quema– va perdiendo las esperanzas de ver su hijo crecer. Su otra obra maestra, Meridiano de sangre, trata de "los límites de nuestra inhumanidad", dijo McCarthy. La carretera se ocupa de "los límites de nuestra humanidad."
Con el alcohol en el ambiente, McCarthy se puso más colegial y discutimos sobre la escritura, los hijos y la música (McCarthy alguna vez fue cantante folk y aún escribe canciones). A las siete de la tarde nos despedimos, metiéndonos en el Cadillac para que McCarthy nos llevara al aeropuerto. Yo le pedí que me firmara mi edición de La carretera pero me dijo que no. Los únicos ejemplares que firmó los dejó para su hijo. Le pedí que firmara mi guión pero también me rechazó: "¿Para qué diablos haría eso? No tiene nada que ver conmigo." Por fin, firmó mi jemplar de Meridiano de sangre. Ya nos habíamos tomado unos cuantos tragos, pues cuando más tarde leí la dedicatoria: "De tu amigo, Cormac. Albuquerque, Noviembre, 2002". Me preocupé. Estábamos en noviembre de 2008. "¡Mierda, John! ¿Cuánto tomamos? Tiene que irse de vuelta en auto a Santa Fe, en la oscuridad, si termina en un precipicio somos nosotros los que tenemos la culpa. Habremos matado al mejor escritor de los Estados Unidos." Hubiera sido el último clavo en nuestro ataúd.
A la mañana siguiente, a las ocho en punto, aparecieron en el fax cuatro páginas tipiadas de notas transcritas por McCarthy de su cuaderno de reportero. Algunas eran devastadoras: "mala linea... demasiado obvio". Otras eran generosas. Todas eran sumamente útiles. Hillcoat había cortado lo que tal vez era el dialogo más emocionante de la película: "¿Qué harías si yo muriera?" le pregunta el niño a su padre. "Quisiera morir yo también", contesta el padre, con la ternura salvaje que caracteriza al libro. "Este intercambio", insistió McCarthy con modestia, "es importante". Hillcoat rápidamente la restituyó. Los apuntes son, en el mejor de los casos, un gran dolor en el culo. Las cuatro páginas de McCarthy tendrían que estar enmarcadas.

1 comentario:

蜘蛛 dijo...
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