Andrew Wylie es uno de los hombres más poderosos del sector editorial. Agente literario de escritores vivos y muertos como Borges, Nabokov y Philip Roth, en su trabajo es transgresor, voraz e implacable. “El Chacal” trabaja en la oscuridad :
Los numerosos empleados de la Wylie Agency son los representantes de escritores más temidos e influyentes del mundo editorial angloestadounidense. Ellos reportan a la esquiva figura de Andrew Wylie, un gigante literario estadounidense que se tutea con muchos de los escritores contemporáneos más importantes, desde Salman Rushdie hasta VS Naipaul y Philip Roth. Wylie es una figura enigmática. También es, sin duda, uno de los hombres más poderosos del sector editorial. En su oficina de Manhattan, de un anonimato sorprendente, nos dio una rara y fascinante entrevista.
Hablamos a última hora de la tarde, pero la mayor parte de los días Wylie se levanta a las cinco de la mañana en Nueva York y anda “a tientas en la oscuridad”, dice, antes de sentarse a abordar entre cuarenta y cincuenta e-mails procedentes de lugares tan lejanos como Tokio, San Petersburgo y El Cairo. Este agente literario global que representa a unos setecientos escritores –vivos y muertos–, entre ellos Martin Amis, Vladimir Nabokov, Saul Bellow, Arthur Miller y Art Spiegelman, tiene la palidez espectral de un hombre que trabaja mucho en la oscuridad.
Hoy viene a saludarme en el hall tranquilo de su oficina del piso doce mientras el día llega a su fin y la luz crepuscular se funde con la luminosidad fluorescente del off-Broadway. En persona, Wylie es bajo, menudo, cortés y suave, como si con su traje oscuro y sus buenos modales formales desmintieran su fama de competitivo, obstinado, transgresor e implacable. El contraste entre su amable presentación y su consolidada reputación de problemático hace que la formalidad parezca tensa. Pero el muchacho malo sardónico no tarda en atravesar la máscara y emerger. En la oficina minimalista de Wylie pueden verse varios ejemplares promocionales del catálogo de Nabokov en distintas ediciones extranjeras. Cuando hago un comentario sobre el patrimonio literario (Borges, Mishima, Lampedusa y Updike, para nombrar sólo algunos de los más importantes) que controla la Wylie Agency, dice con una risa triste: “La gente se muere como moscas.” En estos momentos se entiende por qué en el mundo editorial angloestadounidense se lo conoce sólo como “El Chacal”.
Alguna vez fue un depredador bastante feroz, pero ahora Wylie se ha convertido en algo mucho más amenazante en el mundo literario. En un medio en el que muchos de los principales editores, libreros y agentes literarios rivales sufren la depredación de la recesión y la digitalización (la revolución de la tecnología de la información), puede afirmar que es el representante de escritores más poderoso y de mayor alcance global a ambos lados del Atlántico, un rey de la selva editorial.
Wylie, que ha pasado a estar en pie de igualdad con empresas como ICM, William Morris, Curtis Brown y United Agents gracias a su enérgica voluntad, no es como éstas. Es un lobo solitario que construyó su imperio de la nada en menos de treinta años. Empezó tarde, a pesar de su situación privilegiada, y fue siempre un hijo brillante y seguro de la aristocracia de Boston. Los Wylie se remontan a la época de la revolución estadounidense. Del lado de su madre había dinero y banca; del de su padre, libros y edición (Houghton Mifflin). Esa compleja herencia dual lo llevó a Harvard, donde estudió literatura francesa, y luego, como estaba en extremo aburrido, a Nueva York en los años 70. Aspirante a periodista, se hizo amigo de Andy Warhol, consumió drogas y escribió una poesía horrenda. Se ganó la vida como taxista hasta que, apenas cumplidos los treinta años, creó la Wylie Agency en un desolado ambiente del downtown. Su primer cliente fue el gran socialista estadounidense IF (Izzy) Stone. “Hace mucho tiempo”, dice, “tenía las tardes libres.” Una sonrisa irónica ilumina la pausa y le da efecto. “Eso ya no es un problema.” Llevaba la edición en la sangre pero, rebelde y extremista, le indignaba su comodidad complaciente. “En aquellos días”, recuerda, “el dinero iba de la editorial al agente y luego al autor. Los agentes sentían que trabajaban con las editoriales y eran algo condescendientes con los autores, a los que se trataba como personas talentosas pero disfuncionales. Me puse a pensar y decidí que eso era corrupto. Es el autor el que contrata al agente. Como agente, se es el jardinero de la propiedad del autor. Fue muy importante tomar conciencia de que era yo el que trabajaba para el autor, y no al revés.” En ese momento cobra vida el teléfono que está sobre el escritorio inmaculado de Wylie. “Tengo que contestar”, dice, volviendo a la actitud amable. Es Al Gore. “¡Hola Al! ¿Estás en El Cairo? Mi ciudad favorita...” Mientras habla, observo la iconografía de su oficina, que domina una réplica de un cartel señalizador de Nueva Jersey verde y blanco con la leyenda “Plaza Philip Roth”. Los primeros tiempos Wylie no tenía clientes famosos, pero quería escapar de lo que consideraba la pobreza gentil del sector de los libros. “Veía empresas que tenían plantas moribundas en ventanas sucias. ¿No era posible –me preguntaba– tener ventanas limpias, hasta con vista, mientras se leían libros excelentes? Cuanto más habla, más emerge el celo puritano innato de Wylie desde el negro clerical de su traje y su corbata. “Me gustan los libros. Sí, tengo un Kindle. Lo usé una hora y media y lo guardé en el armario. No interesa la cultura masiva. Cuando empecé, veía que nueve de cada diez personas se dirigían a la puerta que decía Dinero, Comercio, Basura, por eso elegí la puerta que rezaba Calidad, Interés, Importancia.” Diga lo que se diga del Chacal, no le falta seguridad o, para decirlo de otra forma, la clásica energía de Nueva Inglaterra. El cóctel de marcada competitividad, beligerancia literaria, ambición literaria frustrada y pasión por los “autores” pronto rindió frutos. Al declarar la guerra a las relaciones “corruptas” de agentes y editoriales, cobró notoriedad por romper la regla tácita de que los agentes no daban caza a los clientes de sus rivales. “Una mierda con tarjeta” fue una de las cosas más famosas que se dijeron de él.
A Wylie le encantó. Ahora podía ser al mismo tiempo un paria y un defensor de la escritura contemporánea. El momento decisivo llegó en 1995, cuando Martin Amis abandonó a su agente, Pat Kavanagh, de PFD, la esposa de su viejo amigo Julian Barnes, por el contrato de 500 mil libras por su novela La información . “Sí”, dice Wylie ahora, “probablemente fue entonces cuando empezó lo del ‘chacal’. No tengo idea de dónde salió. No evito ser agresivo en defensa de los autores. La representación de los buenos escritores ha sido menos profesional que la representación de los malos escritores.” Parte de lo que hace en la actualidad, sostiene, es aportar disciplina y coherencia, así como una estrategia global, a una actividad que ha estado en manos de señoras excéntricas envueltas en cardigans deformados.
Finge, de manera nada convincente, que no tiene poder alguno y asegura que está dando un paso al costado. “Ahora soy el Ronald Reagan de la operación”, bromea. “Cuando me reúno con editoriales, el personal me da un guión. Hola. Es. Un. Placer. Conocerlo.” Después de una generación en el sector, insiste en que “la Wylie Agency no es una firma unipersonal sino de cincuenta personas. La sucesión ya está arreglada: Scott Moyers en Nueva York y Sarah Chalfant en Londres. Quiero que la gente entienda que nosotros (la agencia) vamos a seguir cuando yo desaparezca.” Por el momento, Wylie, que tiene un aspecto juvenil a pesar de sus sesenta y dos años, mantiene una agenda salvaje. “Nos reunimos todos los días a las 7:45 y hablamos de todo durante una hora, cinco días por semana. Así es que...” (otra sonrisa, no tan feroz y más parecida a la manija de un ataúd) “somos muy detallistas en todo. Somos muy internacionales. Analizamos cada territorio con minuciosidad. Viajamos mucho. Moscú. Asia. Europa. No recibimos información de manera pasiva. Asignamos un grupo de gente al estudio de cada caso. Estudiamos el trabajo de los escritores. Contamos con sistemas de computación muy desarrollados que producen gran cantidad de informes. Contratos. Derechos. Territorios. Decidimos qué queremos. Lo conversamos con el cliente (el autor) y luego salimos a conseguirlo.” Después de otro llamado de Gore, empieza a hablar de su flamante pasión por Alaa Al Aswany, el autor de The Yacoubian Building y Chicago . De pronto suena entusiasmado, casi periodístico. “Fui a Egipto. Lo llamé. Le expliqué quién era. Me invitó a visitarlo a las siete. Seguíamos hablando de sus libros cuando fuimos a comer casi a medianoche.” Ahora Wylie vende The Yacoubian Building en todo el mundo en muchas ediciones, y va a vender literalmente toda palabra que escriba Al Aswany al mayor postor.
Es en momentos como este que se entiende cómo llegó a representar a Rushdie y a Naipaul, que hace poco dejó a su agente (y ex colaborador de Wylie) Gillon Aitken. ¿Por qué Naipaul hizo eso? Hoy Wylie vuelve a permitirse una leve sonrisa y una expresión circunspecta de satisfacción. “Digamos que pienso que Vidia sintió que era hora de un cambio.” Señala que no podría adoptar la actitud “maternal” y solidaria en la que algunos agentes se especializan, aunque sé que trabajó mucho para apoyar a Rushdie durante los peores momentos de la fatwa. Por naturaleza, el Chacal no es un animal social.
“Me gusta ver a mi mujer y a mis hijos. Me gusta irme a dormir a las nueve y levantarme a las cinco. Nadie en su sano juicio tiene esos horarios. No me dedico a Twitter ni a los blogs. Soy malo para la conversación superficial y para la ‘charla’. Háblenme de edición y puedo quedarme horas enteras.” Ese, me doy cuenta a medida que se va delineando en la conversación, es nuestro viejo amigo, el ego de la ausencia de ego. En líneas generales, Wylie es un hombre al mismo tiempo tímido y arrogante cuya obsesión lo convierte en un gran personaje. Su vida se define por lo que hace. Admite que no le interesan la música ni la comida (“es sólo combustible”) y que: “No voy a los libros en busca de sexo. Cuando busco sexo voy a mi casa.”
(c) The Guardian y Clarin Traduccion de Joaquin Ibarburu
Los numerosos empleados de la Wylie Agency son los representantes de escritores más temidos e influyentes del mundo editorial angloestadounidense. Ellos reportan a la esquiva figura de Andrew Wylie, un gigante literario estadounidense que se tutea con muchos de los escritores contemporáneos más importantes, desde Salman Rushdie hasta VS Naipaul y Philip Roth. Wylie es una figura enigmática. También es, sin duda, uno de los hombres más poderosos del sector editorial. En su oficina de Manhattan, de un anonimato sorprendente, nos dio una rara y fascinante entrevista.
Hablamos a última hora de la tarde, pero la mayor parte de los días Wylie se levanta a las cinco de la mañana en Nueva York y anda “a tientas en la oscuridad”, dice, antes de sentarse a abordar entre cuarenta y cincuenta e-mails procedentes de lugares tan lejanos como Tokio, San Petersburgo y El Cairo. Este agente literario global que representa a unos setecientos escritores –vivos y muertos–, entre ellos Martin Amis, Vladimir Nabokov, Saul Bellow, Arthur Miller y Art Spiegelman, tiene la palidez espectral de un hombre que trabaja mucho en la oscuridad.
Hoy viene a saludarme en el hall tranquilo de su oficina del piso doce mientras el día llega a su fin y la luz crepuscular se funde con la luminosidad fluorescente del off-Broadway. En persona, Wylie es bajo, menudo, cortés y suave, como si con su traje oscuro y sus buenos modales formales desmintieran su fama de competitivo, obstinado, transgresor e implacable. El contraste entre su amable presentación y su consolidada reputación de problemático hace que la formalidad parezca tensa. Pero el muchacho malo sardónico no tarda en atravesar la máscara y emerger. En la oficina minimalista de Wylie pueden verse varios ejemplares promocionales del catálogo de Nabokov en distintas ediciones extranjeras. Cuando hago un comentario sobre el patrimonio literario (Borges, Mishima, Lampedusa y Updike, para nombrar sólo algunos de los más importantes) que controla la Wylie Agency, dice con una risa triste: “La gente se muere como moscas.” En estos momentos se entiende por qué en el mundo editorial angloestadounidense se lo conoce sólo como “El Chacal”.
Alguna vez fue un depredador bastante feroz, pero ahora Wylie se ha convertido en algo mucho más amenazante en el mundo literario. En un medio en el que muchos de los principales editores, libreros y agentes literarios rivales sufren la depredación de la recesión y la digitalización (la revolución de la tecnología de la información), puede afirmar que es el representante de escritores más poderoso y de mayor alcance global a ambos lados del Atlántico, un rey de la selva editorial.
Wylie, que ha pasado a estar en pie de igualdad con empresas como ICM, William Morris, Curtis Brown y United Agents gracias a su enérgica voluntad, no es como éstas. Es un lobo solitario que construyó su imperio de la nada en menos de treinta años. Empezó tarde, a pesar de su situación privilegiada, y fue siempre un hijo brillante y seguro de la aristocracia de Boston. Los Wylie se remontan a la época de la revolución estadounidense. Del lado de su madre había dinero y banca; del de su padre, libros y edición (Houghton Mifflin). Esa compleja herencia dual lo llevó a Harvard, donde estudió literatura francesa, y luego, como estaba en extremo aburrido, a Nueva York en los años 70. Aspirante a periodista, se hizo amigo de Andy Warhol, consumió drogas y escribió una poesía horrenda. Se ganó la vida como taxista hasta que, apenas cumplidos los treinta años, creó la Wylie Agency en un desolado ambiente del downtown. Su primer cliente fue el gran socialista estadounidense IF (Izzy) Stone. “Hace mucho tiempo”, dice, “tenía las tardes libres.” Una sonrisa irónica ilumina la pausa y le da efecto. “Eso ya no es un problema.” Llevaba la edición en la sangre pero, rebelde y extremista, le indignaba su comodidad complaciente. “En aquellos días”, recuerda, “el dinero iba de la editorial al agente y luego al autor. Los agentes sentían que trabajaban con las editoriales y eran algo condescendientes con los autores, a los que se trataba como personas talentosas pero disfuncionales. Me puse a pensar y decidí que eso era corrupto. Es el autor el que contrata al agente. Como agente, se es el jardinero de la propiedad del autor. Fue muy importante tomar conciencia de que era yo el que trabajaba para el autor, y no al revés.” En ese momento cobra vida el teléfono que está sobre el escritorio inmaculado de Wylie. “Tengo que contestar”, dice, volviendo a la actitud amable. Es Al Gore. “¡Hola Al! ¿Estás en El Cairo? Mi ciudad favorita...” Mientras habla, observo la iconografía de su oficina, que domina una réplica de un cartel señalizador de Nueva Jersey verde y blanco con la leyenda “Plaza Philip Roth”. Los primeros tiempos Wylie no tenía clientes famosos, pero quería escapar de lo que consideraba la pobreza gentil del sector de los libros. “Veía empresas que tenían plantas moribundas en ventanas sucias. ¿No era posible –me preguntaba– tener ventanas limpias, hasta con vista, mientras se leían libros excelentes? Cuanto más habla, más emerge el celo puritano innato de Wylie desde el negro clerical de su traje y su corbata. “Me gustan los libros. Sí, tengo un Kindle. Lo usé una hora y media y lo guardé en el armario. No interesa la cultura masiva. Cuando empecé, veía que nueve de cada diez personas se dirigían a la puerta que decía Dinero, Comercio, Basura, por eso elegí la puerta que rezaba Calidad, Interés, Importancia.” Diga lo que se diga del Chacal, no le falta seguridad o, para decirlo de otra forma, la clásica energía de Nueva Inglaterra. El cóctel de marcada competitividad, beligerancia literaria, ambición literaria frustrada y pasión por los “autores” pronto rindió frutos. Al declarar la guerra a las relaciones “corruptas” de agentes y editoriales, cobró notoriedad por romper la regla tácita de que los agentes no daban caza a los clientes de sus rivales. “Una mierda con tarjeta” fue una de las cosas más famosas que se dijeron de él.
A Wylie le encantó. Ahora podía ser al mismo tiempo un paria y un defensor de la escritura contemporánea. El momento decisivo llegó en 1995, cuando Martin Amis abandonó a su agente, Pat Kavanagh, de PFD, la esposa de su viejo amigo Julian Barnes, por el contrato de 500 mil libras por su novela La información . “Sí”, dice Wylie ahora, “probablemente fue entonces cuando empezó lo del ‘chacal’. No tengo idea de dónde salió. No evito ser agresivo en defensa de los autores. La representación de los buenos escritores ha sido menos profesional que la representación de los malos escritores.” Parte de lo que hace en la actualidad, sostiene, es aportar disciplina y coherencia, así como una estrategia global, a una actividad que ha estado en manos de señoras excéntricas envueltas en cardigans deformados.
Finge, de manera nada convincente, que no tiene poder alguno y asegura que está dando un paso al costado. “Ahora soy el Ronald Reagan de la operación”, bromea. “Cuando me reúno con editoriales, el personal me da un guión. Hola. Es. Un. Placer. Conocerlo.” Después de una generación en el sector, insiste en que “la Wylie Agency no es una firma unipersonal sino de cincuenta personas. La sucesión ya está arreglada: Scott Moyers en Nueva York y Sarah Chalfant en Londres. Quiero que la gente entienda que nosotros (la agencia) vamos a seguir cuando yo desaparezca.” Por el momento, Wylie, que tiene un aspecto juvenil a pesar de sus sesenta y dos años, mantiene una agenda salvaje. “Nos reunimos todos los días a las 7:45 y hablamos de todo durante una hora, cinco días por semana. Así es que...” (otra sonrisa, no tan feroz y más parecida a la manija de un ataúd) “somos muy detallistas en todo. Somos muy internacionales. Analizamos cada territorio con minuciosidad. Viajamos mucho. Moscú. Asia. Europa. No recibimos información de manera pasiva. Asignamos un grupo de gente al estudio de cada caso. Estudiamos el trabajo de los escritores. Contamos con sistemas de computación muy desarrollados que producen gran cantidad de informes. Contratos. Derechos. Territorios. Decidimos qué queremos. Lo conversamos con el cliente (el autor) y luego salimos a conseguirlo.” Después de otro llamado de Gore, empieza a hablar de su flamante pasión por Alaa Al Aswany, el autor de The Yacoubian Building y Chicago . De pronto suena entusiasmado, casi periodístico. “Fui a Egipto. Lo llamé. Le expliqué quién era. Me invitó a visitarlo a las siete. Seguíamos hablando de sus libros cuando fuimos a comer casi a medianoche.” Ahora Wylie vende The Yacoubian Building en todo el mundo en muchas ediciones, y va a vender literalmente toda palabra que escriba Al Aswany al mayor postor.
Es en momentos como este que se entiende cómo llegó a representar a Rushdie y a Naipaul, que hace poco dejó a su agente (y ex colaborador de Wylie) Gillon Aitken. ¿Por qué Naipaul hizo eso? Hoy Wylie vuelve a permitirse una leve sonrisa y una expresión circunspecta de satisfacción. “Digamos que pienso que Vidia sintió que era hora de un cambio.” Señala que no podría adoptar la actitud “maternal” y solidaria en la que algunos agentes se especializan, aunque sé que trabajó mucho para apoyar a Rushdie durante los peores momentos de la fatwa. Por naturaleza, el Chacal no es un animal social.
“Me gusta ver a mi mujer y a mis hijos. Me gusta irme a dormir a las nueve y levantarme a las cinco. Nadie en su sano juicio tiene esos horarios. No me dedico a Twitter ni a los blogs. Soy malo para la conversación superficial y para la ‘charla’. Háblenme de edición y puedo quedarme horas enteras.” Ese, me doy cuenta a medida que se va delineando en la conversación, es nuestro viejo amigo, el ego de la ausencia de ego. En líneas generales, Wylie es un hombre al mismo tiempo tímido y arrogante cuya obsesión lo convierte en un gran personaje. Su vida se define por lo que hace. Admite que no le interesan la música ni la comida (“es sólo combustible”) y que: “No voy a los libros en busca de sexo. Cuando busco sexo voy a mi casa.”
(c) The Guardian y Clarin Traduccion de Joaquin Ibarburu
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