02 marzo, 2008

La nueva novela de Ian McEwan


A punto de cumplir 60 años, Ian McEwan experimenta "una nueva juventud", así lo informa El País, a proposito de la publicación de On Chesil Beach, "una novela turbadora y exquisita que narra la historia de unos recién casados en los años sesenta". El autor de Expiación, novela recientemente adaptada al cine, se preocupa por el desinterés en la invención de personajes y le irritan "los intelectuales que no defienden lo que les permite ser libres". "Madame Bovary ha muerto" afirma McEwan en la entrevista que dio al mencionado diario.
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Dice la nota: Sentado ante la imponente chimenea de su casa en Fitzroy Square, mientras conversa y deja que el peso de la tarde le caiga encima sin encender ninguna luz, Ian McEwan parece disfrutar en la mágica penumbra de una conversación plácida e invernal. En su guarida, ante la recia mesa de madera y la vigilancia intensa de sus instrumentos, de su piano y su guitarra eléctrica, el silencio no se altera ni por el intenso tráfico londinense que ronda este lugar más que céntrico. Allí, cerca de la vorágine de Oxford Street, tiene su cálido refugio este escritor clave en las letras inglesas contemporáneas, ya acostumbrado a que el éxito sea un constante crescendo en su vida.
Pero, como buen escéptico, a McEwan (Aldershot, Reino Unido, 1948) le gusta tomar distancia. Huir para buscar, alejarse de la comodidad que le sonríe y explorar, empaparse en las esquinas de lo que no conoce para cargar pilas. Por eso preparaba hace días las maletas para dar la vuelta al mundo y alejarse un poco de todo lo que le pueda hacer caer en la autocomplacencia, que es la muerte de un escritor.
La prueba de que McEwan no se ha dejado sedar por la respuesta de un público y una crítica que le bendicen sin cesar es la calidad, la altura literaria que ha vuelto a conseguir con Chesil Beach (Anagrama), la nueva novela que aparece ahora en España y que está a la altura de sus mejores obras.
Tan turbadora, indagadora y exquisita como cualquiera de ellas, esta nueva novela prueba su robusta madurez como narrador. McEwan sigue proporcionando respuestas y fuerza a un género que él ha contribuido a enriquecer gracias a cumbres como Expiación, todo un clásico ya. Con la magnífica película de Joe Wright, además, entró este año en la carrera de los Oscar, y le ha proporcionado una segunda vida editorial bien rica, con 450.000 ejemplares vendidos en Estados Unidos a raíz de su estreno en los cines.
En su certero recorrido por el siglo XX, que le hizo pasearse por los alrededores de la Segunda Guerra Mundial entonces, McEwan se detiene ahora en otro momento clave: los años sesenta. Pero no en sus colores, sus explosiones voluptuosas o sus devaneos libertarios, que cambiaron el mundo para siempre, sino en su otra cara, en la oscuridad, la represión, el agobio y la pobreza moral que llevó precisamente a todo aquello. Dos personajes, Florence y Edward, recién casados, y una situación más que límite -su noche de bodas- sirven a McEwan para realizar uno de los retratos del amor y la pareja más devastadores que se hayan escrito en los últimos tiempos.
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PREGUNTA. ¿Qué cambió en los sesenta para que viéramos el mundo de otra manera? Sobre todo en la pareja, que es algo que usted analiza casi obsesivamente.
RESPUESTA. Realmente representó toda una transformación. No sólo en el plano sexual, también en el de las relaciones personales. Cambiaron de una dimensión más formal a otra mucho más cálida. Poco a poco. Pero muchas de las cosas que pensamos que habían ocurrido en los sesenta en realidad pasaron en los setenta. No sólo tuvo que ver con la manera de relacionarse entre las parejas, también entre padres e hijos y otros aspectos de la vida privada. En el terreno sexual, no todo se limitó a las relaciones entre dos, se ampliaron los horizontes con las comunas, entró el instinto, probamos todo, el amor libre. Pero creo que, aunque cambiaron muchas cosas, en el fondo, otras muchas siguieron igual.

P. ¿Cuáles?
R. En el caso de las parejas jóvenes, el día que tienen que afrontar su primera vez, ocurre como siempre. Nos engañamos si pensamos que los adolescentes de hoy llegan al sexo sabiéndolo todo y relajados. Si tuviera que escribir Chesil Beach situada en la actualidad, hubiese elegido un matrimonio de musulmanes, por ejemplo. Lo que vemos en las revistas es una cosa, pero en privado, todavía, somos vulnerables, dubitativos, tenemos miedo.

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P. En su obra se puede observar el mundo a través de sus personajes amantes. ¿Qué respuestas le da ese microcosmos que no puedan encontrarse desde una óptica individual?
R. Ese mundo resulta tremendamente conveniente para un escritor. No soy el único. Lo que ocurre entre dos amantes nos da muchísimas posibilidades, no sólo para indagar en el placer y el éxtasis, sino para describir la falta de entendimiento, los celos, la traición, la incomprensión mutua, lo trágico.
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P. En Chesil Beach, precisamente, aborda la transformación de lo que puede ser placentero en puro patetismo. ¿No resultaba crucial que todo aquel mundo explotara de alguna forma?
R. Lo que no me gustaría es dar la impresión de que lo que les pasó a Florence y Edward fue general. Si así hubiese sido, no estaríamos aquí ninguno.
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P. Le ha salido una novela muy inglesa.
R. Creo que es la más inglesa de todas mis novelas. Me preocupa eso. ¿La entenderán en España, en Estados Unidos, en Italia?
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P. Bueno, usted siempre le da vueltas a Inglaterra en sus novelas.
R. De hecho, yo creo que todas las novelas son locales. Escribir una obra universal es algo muy complicado, ambicioso. Nos gusta García Márquez, Cortázar, John Updike o Dostoievski porque son muy locales. Este libro, de todas formas, aun siendo muy local, ha tocado a mucha gente. Recibo muchas cartas, algunos me dicen que les he calcado su noche de bodas. Otros me cuentan que después de su primera noche hasta fueron al médico a ver qué hacían. Ahora me sorprende que la especie humana haya sobrevivido a ese momento sin acudir al médico.
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P. ¿Cuándo se sabe si una novela será terminada o no? ¿Cuándo se convierte en un ser en sí mismo?
R. Diría que cuando has escrito un cuarto. Unas 25.000 palabras. Cuando llego a eso, reconozco ya una obra viva. Antes puedo abandonarlas fácilmente.
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P. Veo que conserva sus instrumentos musicales. En Chesil Beach la música resulta clave para definir a los personajes. Entonces, en los gustos musicales se observaban brechas. Hoy todo es más rico, variado, se puede disfrutar de lo clásico y el pop sin que te miren mal. Para usted, ¿qué ha sido la música?
R. Para mí la música fue inseparable de todo en la adolescencia. Pertenezco a una generación musical. Íbamos a conciertos en bares. Un primo me llevó por 25 peniques a un pueblo, Gilford, en el que cinco tíos daban un recital en un hueco de la estación. Tocaban canciones de Chuck Berry y me alucinaron. Eran los Rolling Stones, justo antes de que grabaran su primer disco.

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P. ¿Escribe con música?
R. No. Me gusta tanto que me distraería. Pero, volviendo a la estructura de las obras, es importante concebir una fuerte base arquitectónica para desarrollar una novela, resulta necesario moldearlo todo, una figura. Hay una tentación que persiste en mucha gente, la de obviar la forma en la novela y eso me parece un error. Para los lectores creo que existe un metaplacer, puede que inconsciente, de disfrutar de algo que tiene una forma. Siempre debemos tener cuidado de que no nos esclavice.
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P. Sigue ilusionado como escritor, entonces. Se considera un joven talento.
R. Bueno... Estoy a punto de cumplir sesenta. Una nueva juventud. El día que escriba una novela terrible, quizás me diga que debo retirarme. Pero lo más seguro es que quiera redimirme con otra, así que no sé. Muchos de mis lectores sólo me conocen por el trabajo de los 10 o 12 últimos años.
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P. Hubo un McEwan anterior, más salvaje.
R. No tan diferente. Las novelas de los ochenta, Niños en el tiempo, Los perros negros o Amor perdurable, no eran macabras, como me definían al principio. Muchos me dicen que la mejor es Niños en el tiempo, eso me impresiona todavía más.
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P. Alguien que confía tanto en ese género como expresión artística que no lo abandona nunca, persiguiendo la novela perfecta.
R. Muchos creen que la novela perfecta es Madame Bovary. La releí hace dos años y pensé: no lo es. Madame Bovary ha muerto. Es como si Flaubert no la hubiese dejado hasta ahora. Se nos ha condenado a una especie de sadismo narrativo con ella. Dicen que cuando Emma muere, Flaubert lloró. Ahora entiendo por qué no me gusta. Estaba demasiado implicado en la historia. Debería haber permanecido mucho más frío, distante, con algo de hielo.
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P. Una distancia como la que Cervantes mantuvo en el Quijote, por ejemplo. El hielo de la ironía.
R. Graham Greene decía que todo escritor debería tener un cubito de hielo en el corazón.
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P. Pero eso de la novela perfecta es muy discutible. Para unos puede ser Guerra y paz, para otros, el Quijote o Cien años de soledad... Para usted, ¿cuál se acerca más?
R. Para mí es Ana Karenina. Quizás la novela perfecta del siglo XIX.
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P. ¿Y del XX?
R. Varias. Las de John Updike del conejo, el Herzog de Saul Bellow.
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P. ¿Han sufrido los escritores ingleses de su generación complejo frente a los americanos?
R. No, no creo.
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P. Y en el panorama de otras letras, ¿existe algún vínculo común que pueda describir la literatura que se hace hoy en Occidente?
R. No podría dar una respuesta muy precisa. Quizás que la literatura europea todavía sufre un mal posexistencialista. Suelo retar a mis amigos alemanes a que me hablen de alguna novela que haya retratado bien la Alemania de después de la caída del muro y me dicen que eso es cosa de los periodistas, que la literatura está para asuntos más importantes. Yo creo que eso es una chorrada. Una chorrada existencial. Deberíamos ya tener una gran novela sobre la Alemania dividida que salga de ellos. ¿Se imagina a Bellow o a Roth sin haber escrito de aquello si lo hubieran experimentado? Debemos contextualizar. En Expiación hice un esfuerzo por eso, por contextualizar.

P. Quizás se baja el nivel y se publica demasiado. ¿Han abaratado los editores la importancia de la buena literatura?
R. Probablemente, y tan sólo por cubrir las cifras.
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Entrevista completa: Aquí
Crítica a On Chesil Beach: Aquí

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