09 marzo, 2008

El retrato de Dorian Gray en La Plaza ISIL

Fuente: El Comercio

En el mismo suplemento, Santiago Soberón, hace ahora la crítica respecto de la puesta del genial Oscar Wilde. Como ya nos tiene acostumbrados, Soberón, vislumbra cierto desatinos en los que Roberto Ángeles, director de la obra, ha caído. Afirma que "han logrado enhebrar las secuencias y episodios más importantes del texto de Wilde para obtener una versión que se centra en los aspectos éticos de la obra encarnados en el drama de Dorian Gray, cuya juventud eterna va de la mano con una degradación moral que lo destruye."

Dice el artículo: Aun cuando toda adaptación teatral de una novela implica una gran dificultad, El retrato de Dorian Gray de Óscar Wilde parece ser un texto narrativo amoldable para la escena por su estructura y la fluidez de sus diálogos. Luis Tuesta, Sebastián García y Roberto Ángeles han logrado enhebrar las secuencias y episodios más importantes del texto de Wilde para obtener una versión que se centra en los aspectos éticos de la obra encarnados en el drama de Dorian Gray, cuya juventud eterna va de la mano con una degradación moral que lo destruye.
Esta adaptación inicia la temporada de La Plaza ISIL bajo la dirección de Roberto Ángeles, quien en este mismo escenario montó una obra sobre la vida de Wilde, particularmente sobre el juicio que tuvo que enfrentar el autor por lo que la sociedad de su tiempo consideró una vida licenciosa. La puesta se centra fundamentalmente en el tema ético o moral que subyace del drama de Dorian Gray, cuya eterna juventud y belleza tiene como contraparte una degradación moral que se refleja en la pintura de la que fue modelo. El arte por sí mismo, que caracterizó al decadentismo decimonónico, en este caso se convierte en el reflejo y la conciencia de la corruptibilidad del espíritu.
Si se toma en cuenta la trayectoria de Ángeles, este es un montaje poco ambicioso y sumamente llano, en el que el director no tiene mayores pretensiones ni entra en honduras formales o conceptuales. Los tres actores protagónicos con los que cuenta: Paul Vega (Basil Hallward), Christian Thorsen (Lord Henry) y Gonzalo Molina (Dorain Gray) se amoldan a este tipo de propuesta que tiene como único matiz distinto un tono algo caricaturesco en la interpretación de diversos personajes secundarios por parte de Sergio Galliani, entre ellos el de la Sra. Vane, madre de Sybil, quien se suicida por el rechazo de Dorian Gray.
La escena inicial es gravitante para el desarrollo de toda la obra, el encuentro de Lord Henry con Dorian Gray tiene que ser sumamente avasallador como para que, casi de manera abrupta, el joven modelo de Basil Hallward inicie su transformación y su degradación, lamentablemente la caracterización de Thorsen no expresa ni en la enunciación del texto ni en la composición física del personaje, esa influencia gravitante sobre Gray, de vez en cuando una risa poco verosímil trata de expresar el cinismo del Lord Henry. Influye sí esta falta de verosimilitud en Gonzalo Molina que también de manera llana interpreta este encuentro crucial entre ambos personajes. Conforme se desarrolla la puesta, Molina va encontrando alguna intensidad y sinceridad en su personaje. En contraste, la caracterización de Basil Hallward por parte de Paul Vega se muestra más definida, más matizada; a partir de la enunciación de sus textos, queda en el terreno de la ambigüedad los intereses de Hallward respecto de Dorian Gray.
Aun cuando Sergio Galliani responde eficazmente al tono en el que han sido marcados sus distintos personajes, este tipo de registro casi caricaturesco no encuentra nexo con el resto de la puesta, sobre todo en la interpretación de la Sra. Vane. La artificialidad de lo histriónico que el personaje representa no necesariamente encuentra su correlato en la caracterización del personaje femenino por parte de un actor en vez de una actriz. Y en cuanto a los otros personajes, este estilo de caracterización resulta poco significativo.
Los presupuestos morales y éticos de El retrato de Dorian Gray no pueden entenderse sin relacionarlos con la visión decadentista de finales del XIX y del dandismo como actitud vital. El hedonismo y lo estético como valores que van más allá del rigor del conservadurismo victoriano no encuentran en la puesta su debido desarrollo. Al parecer, no ha habido pretensión del director de ahondar sobre el tema y tampoco ha puesto en juego todas sus innegables cualidades que se hubiesen traducido en mayor exigencia para los actores, mayor riesgo en el planteamiento escénico y un montaje de mucha mayor calidad que no nos haga extrañar sus puestas anteriores.

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