FRANCIA, 1972. Julio Silva y Julio Cortázar en Saignon, haciendo brazos. Bautizaron este juego de fotos como "El combate del siglo". Fuente: revistañ
Julio Silva, uno de los personajes del libro La vuelta al día en ochenta mundos y quien diseñó las tapas de Rayuela y Bestiario regresó a la Argentina después de 25 años. Amigo de Cortázar desde "1955, cuando Silva, después de estudiar en el taller de Battle Planas, decidió probar suerte en París. Muy pronto empezaron a trabajar juntos: "Cortázar se quejaba mucho de la impresión y la diagramación de sus libros, le ofrecí mi colaboración y así surgieron las tapas para Rayuela, Todos los fuegos el fuego y Bestiario", dice Silva en diálogo con Clarín". Aquella visita ha dado pie a que Revista Ñ haga un repaso de los retratos de Cortázar a través de su amigo Julio Silva:
En tanto tiempo compartido, hubo experiencias que dejaron huella, y que revelan la intensa sensibilidad que los unía. Una de esas, sin dudas, fue cuando decidieron acompañar "Muñeca rota" (en la primera edición de Ultimo Round) con una serie de fotos. "Como se trataba de la historia de una muñeca descuartizada, fuimos juntos a comprar una -dice Silva-. La llevamos al departamento de Cortázar y le quitamos los brazos y las piernas. Yo la iba moviendo y él tomaba las fotos. Después, durante todo el día, no pudimos hablarnos ni mirarnos por la culpa. Lo vivimos como algo sádico". En París, desde luego, compartían charlas, comidas y asados con sus amigos Saúl Yurkievich, Arnaldo Calveyra, Sara Facio, Alejandra Pizarnik, Luis Tomasello y Nelly Kaplan. Cortázar ejercía una especie de atracción hipnótica. "Cada vez que cenábamos en casa, llegaba y contaba una historia a partir de lo que había visto en el viaje en metro: todos quedaban subyugados por la manera en que narraba. Era un cuento para publicar". En esos años, en las fiestas en la casa de Cortázar en Saignon, en la Provence, no faltaban García Márquez y Carlos Fuentes. "No hablaban de literatura", confiesa Silva.Ya en 1982, cuando murió Carol Dunlop, la última esposa de Cortázar, Silva le ofreció a su amigo una escultura para la tumba. Y su respuesta estremece: "Esta -dijo señalando la pieza- será para ella y también para mí", afirma Silva. Y agrega: "Me pidió que no pusiera esposa de Julio Cortázar porque ella valía por sí misma". Dos años después, el autor de Rayuela sería enterrado junta a ella, al pie de aquella escultura, Despedida con sonrisa. ¿Cómo era el Cortázar más íntimo? "Muy solitario. No se reunía con la elite literaria y nunca andaba detrás de editores. Trabajaba sólo medio tiempo como traductor en la UNESCO, para tener seis meses libres y leer, escribir, escuchar jazz, tocar la trompeta y tomarse unos whiskies. Era un tipo generoso y cargado de humor", recuerda Silva del hombre con eterno rostro de niño que desató impensados universos en la literatura latinoamericana.
DE REGRESO. "Quería 6 meses libres para leer, escribir, escuchar jazz y tomarse unos whiskies tranquilo", recuerda Silva sobre su amigo Cortázar.
ULTIMOS RETRATOS DE UN GENIO. Todavía no está previsto que la muestra de Muchnik llegue a Buenos Aires. En el verano europeo de 1983, los amigos de un angustiado Cortázar le pedían que no se quedara solo.
EN PRIMER PLANO, junto a dos guardias civiles y un paisano de Segovia con su burro, el día del cumpleaños número 69 del escritor.
ROLES INVERTIDOS. El editor retrató al autor de Rayuela mientras jugaba con una vieja cámara. Estaba flaco y enfermo. "Estoy muy harto de mi cuerpo, Mario-, le dijo Cortázar a Muchnik en enero.- La verdad es que estoy bastante desesperado".
JUNTO A DOS GUARDIAS CIVILES, el día que regresó a su lugar en el mundo, París. No se sobreponía a la muerte de su última mujer, Carol Dunlop.
ROLES INVERTIDOS. El editor retrató al autor de Rayuela mientras jugaba con una vieja cámara. Estaba flaco y enfermo. "Estoy muy harto de mi cuerpo, Mario-, le dijo Cortázar a Muchnik en enero.- La verdad es que estoy bastante desesperado".
JUNTO A DOS GUARDIAS CIVILES, el día que regresó a su lugar en el mundo, París. No se sobreponía a la muerte de su última mujer, Carol Dunlop.
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SERIO. La leucemia avanzaba, entonces no estaba seguro del diagnóstico. Sin embargo, llevo consigo a Segovia una vieja máquina de escribir Hermes Baby.
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