29 septiembre, 2008

Las confesiones de Tolstói

León Tolstói (Y. Poliana, 1828 - Astapovo, 1910)

La correspondencia de un escritor, en muchos casos, revela completamente la personalidad del mismo. Casos como el de Flaubert mientras escribía Madame Bovary se podrían citar. Esta vez, el turno ha sido de Leon Tolstoi. La edición de las cartas del autor de La guerra y la paz, a cargo de Selma Ancira, gracias a la Fundación de Arte y Cultura de México, cierra el retrato más completo del escritor ruso y reflejan la lenta conversión del Tolstói de conde a monje. En su país todavía perduran colonias que viven bajo el ideario naturista y legado del creador de Ana Karenina. La nota lo explica:

Sólo la muerte prematura (Dostoyevsky, Pushkin...) salva a un escritor ruso de convertirse en un profeta (Tolstói, Solzenitsin...). La traductora mexicana Selma Ancira presenta en España, en Acantilado y tras ocho años de trabajo, el autorretrato más completo del autor de Ana Karenina: los diarios, reunidos en dos tomos, y una selección de su vasta correspondencia: 390 cartas elegidas entre las 10.000 guardadas en una habitación blindada en Moscú. Selma Ancira, gracias a la Fundación de Arte y Cultura de México, pudo instalarse en Moscú para consultar los manuscritos originales y publicar por primera vez los textos sin censura alguna, ni soviética ni de los editores timoratos o poco rigurosos de los años 40 y 50. "Me planteé la edición de los diarios y la correspondencia de modo que cada entrada del diario o cada carta fueran una tesela del mosaico para completar el retrato de cuerpo entero de Tolstói". Un retrato en movimiento. "Para vivir honradamente -decía el escritor- es necesario desgarrarse, confundirse, luchar, equivocarse, empezar y abandonar, y de nuevo empezar y de nuevo abandonar, y luchar eternamente y sufrir privaciones. La tranquilidad es una bajeza moral". ¿Qué retrato aparece? Un hombre impetuoso, apasionado, fogoso, descarriado, de aguda inteligencia, mezclado todo ello con un sentimentalismo exacerbado, en autoanálisis permanente y en búsqueda ansiosa de la verdad. Un sentimentalismo que no le impedía ser cruel con Shakespeare o retar a duelo a Turguenev, después de escribir que él perduraría más que Dostoyevsky, a quien no conoció, "un hombre en el que -reprochaba- todo es lucha".Una personalidad compleja y contradictoria, lector de Buda, Mahoma, Lao Tse, la Biblia, Epícteto, Kant, Nietzsche, en francés, inglés, alemán, griego, atormentado por dejarse vencer por la práctica del sexo, que encontraba "repugnante" y no conseguir el ajuste ideal entre su ética y su vida. A Selma Ancira, sumergida en el mundo Tolstói durante ocho años, aún le siguen sorprendiendo las paradojas: de cazador entusiasta a naturista vegetariano, de bebedor, jugador y fumador empedernido a fomentar ligas antialcohol y antitabáquicas, de escribir, en 1854, en la campaña del Cáucaso frases como "es cierto que es un placer un poco extraño el ver a las personas matarse unas a otras", a ser un defensor de la resistencia no violenta que se carteaba con Gandhi. Un Tolstói que consolaba a un amigo postrado: "No se aflija por su enfermedad. Está bien estar enfermo. De otra manera sería demasiado difícil morir". (...) La transformación de Tolstói de conde a monje fue progresiva. Escritor compulsivo, su interés insaciable por el mundo le llevó a interesarse por la filosofía, la religión, la reforma social o la pedagogía - "he encontrado 150 textos pedagógicos de Tolstói que aún se dan a leer a los niños en Rusia y en las colonias que él fundó y que siguen sus tesis; he podido comprobar por mí misma que los niños salen risueños y alegres", dice Selma Ancira. El ideario de Tolstói era un personal humanitarismo cristiano. "Jamás creeré en la sinceridad de las convicciones cristianas, filosóficas o humanitarias de alguien que hace vaciar el orinal a una sirvienta. La máxima moral más simple y más breve: que los otros lo sirvan a uno lo menos posible, y servir uno a los otros en la medida de lo posible. Exigir de los otros lo menos posible, y darles lo más posible".

A su tía Alexandra (1873)
"No piense que no fui sincero cuando le dije que en este momento Guerra y paz me resulta repugnante. Hace unos días tuve que echarle una mirada para decidir si debo hacer o no correcciones para la nueva edición, y soy incapaz de transmitirle el arrepentimiento y la vergüenza que sentí al revisar muchos de los pasajes. Era un sentimiento semejante al que experimenta una persona cuando ve las huellas de una orgía en la que participó. Lo único que me consuela es que me entregué a esa orgía con toda el alma y en ese momento pensaba que era lo único que existía".

A su mujer Sofía (1910)
"Mi partida te afligirá. Lo lamento, pero entiéndeme y créeme que no podía hacer otra cosa. Mi situación en casa se vuelve, se ha vuelto insoportable. Además de todo lo demás, no puedo seguir viviendo en estas condiciones de lujo en las que he vivido hasta ahora, y hago lo que suelen hacer los ancianos de mi edad: se retiran de la vida mundana para vivir en paz y en soledad los últimos días de su vida. Por favor, entiéndelo y no vayas a buscarme si te enteras de dónde estoy. Eso no haría sino empeorar tu situación y la mía, pero de ninguna manera modificaría mi decisión. Te agradezco esos honestos cuarenta y ocho años de tu vida conmigo y te pido que me perdones por todo aquello de lo que sea yo culpable frente a ti, como yo te perdono de todo corazón por todo aquello de lo que puedas ser culpable frente a mí".

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