Hace unos días en El Boomeran(g) apareció la reseña que Javier Fernández de Castro hace a la reciente publicación de Cuentos completos de Augusto Roa Bastos. Aquí la reseña:
Augusto Roa Bastos fue un hombre discreto y tenaz que al final de su larga vida (vivió de 1917 a 2005) dejó detrás una obra de una envidiable consistencia. La publicación de sus Cuentos completos (bien que, para ser exactos, el título debería decir casi completos, por más que no resulte del todo comercial) ofrece una inmejorable ocasión para hacer una lectura transversal que, a buen seguro, deparará más de una sorpresa a sus incondicionales.
La presente edición reúne casi íntegros sus dos primeras colecciones de cuentos (El trueno entre las hojas, de 1953, y El baldío, 1967). Esta edición también picotea con variada abundancia en Los pies sobre el agua (1967), Moriencia (1969) y Lucha hasta el alba (1979), para terminar a modo de coda con un surtido de seis cuentos sin especificar su procedencia. Ya que sale, y puesto que en la selección del material a editar ha intervenido la Fundación Augusto Roa Bastos, y puesto que dicha fundación "persigue el objetivo de preservar la memoria de Augusto Roa Bastos, recopilar, proteger y difundir su obra..." cualquier lector mínimamente interesado hubiera agradecido un poco de información adicional, por ejemplo en lo relativo a fechas de redacción y lugar de publicación de cada cuento o recolección. Tampoco pido una edición tipo Cátedra, con todo el aparato de prólogos, presentaciones, estudios, notas y cronologías que suelen ofrecer sus libros. Sólo un poco más de atención.
Las precisiones que echo en falta son fundamentales porque, empezando en 1953, el lector tiene ocasión de asistir a la evolución experimentada por la escritura del autor a lo largo de su vida. El arranque, El trueno entre las hojas al completo, permite recuperar al Roa Bastos primero, al que maravilló con su prosa ubérrima, imaginativa y llena de magia y, no se olvide, muy anterior al boom. La temática es rural, con un fuerte contenido de crítica social y un claro protagonismo de los temas y personajes que más le permitían acercarse a la narración oral y a esa reserva de imágenes y fantasmas que se atesoran durante la infancia. Aquí es donde más voz se concede a los guaraníes, hasta el extremo de ser necesario un glosario final para que el lector no quede reducido a la adivinación por medio del sentido o el contexto general. Otra constatación: después de estos primeros cuentos ya no vuelve a salir ni un solo guaraní más.
Pasado el tramo inicial, la evolución de la escritura es notabilísima. La narración se hace más compleja, con cambios continuos de la primera a la tercera persona, saltos temporales y espaciales, elipsis, etc. De pronto abandonamos el campo y aparecen los aviones, teléfonos, psiquiatras, periódicos y demás parafernalias ciudadanas. El narrador tiende a encargarse de la descripción de los paisajes y las situaciones, pero también de lo que dicen o piensan los personajes: desaparece el diálogo. Y lo más sorprendente, irrumpe la experimentación, y como prueba ahí está el cuento titulado "Él y el otro", que en la práctica resulta ser un monólogo interior de al menos doce páginas sin un sólo signo de puntuación.
Según va pasando el tiempo, las narraciones muestran con creciente claridad una cualidad que, en mi opinión, es una de las pocas ventajas que conlleva el cumplir años: la pérdida de los respetos humanos y la apuesta total por la única y auténtica preocupación que compete a un escritor, o sea, el compromiso con lo narrado. Conste que Roa Bastos fue un hombre de izquierdas hasta el final (durante gran parte de su vida todavía fue posible ser de izquierdas) y que en ningún momento dejó de defender la justicia y denostar la opresión. Pero no es ése el compromiso del que hablo y que está muy visible en sus últimos cuentos. Los cuales tal vez adolecen de la frescura y el descaro de los escritos juveniles, pero que en cambio se benefician del atractivo que desprende toda obra bien hecha. A partir de un momento determinado ya no importa lo bien que escribes, ni el lugar que ocupas en el ranking de celebridades que optan a ascender al Olimpo. Lo único que pretendes es contar tu historia lo mejor posible. Y lo demás que se vaya al diablo.
La presente edición reúne casi íntegros sus dos primeras colecciones de cuentos (El trueno entre las hojas, de 1953, y El baldío, 1967). Esta edición también picotea con variada abundancia en Los pies sobre el agua (1967), Moriencia (1969) y Lucha hasta el alba (1979), para terminar a modo de coda con un surtido de seis cuentos sin especificar su procedencia. Ya que sale, y puesto que en la selección del material a editar ha intervenido la Fundación Augusto Roa Bastos, y puesto que dicha fundación "persigue el objetivo de preservar la memoria de Augusto Roa Bastos, recopilar, proteger y difundir su obra..." cualquier lector mínimamente interesado hubiera agradecido un poco de información adicional, por ejemplo en lo relativo a fechas de redacción y lugar de publicación de cada cuento o recolección. Tampoco pido una edición tipo Cátedra, con todo el aparato de prólogos, presentaciones, estudios, notas y cronologías que suelen ofrecer sus libros. Sólo un poco más de atención.
Las precisiones que echo en falta son fundamentales porque, empezando en 1953, el lector tiene ocasión de asistir a la evolución experimentada por la escritura del autor a lo largo de su vida. El arranque, El trueno entre las hojas al completo, permite recuperar al Roa Bastos primero, al que maravilló con su prosa ubérrima, imaginativa y llena de magia y, no se olvide, muy anterior al boom. La temática es rural, con un fuerte contenido de crítica social y un claro protagonismo de los temas y personajes que más le permitían acercarse a la narración oral y a esa reserva de imágenes y fantasmas que se atesoran durante la infancia. Aquí es donde más voz se concede a los guaraníes, hasta el extremo de ser necesario un glosario final para que el lector no quede reducido a la adivinación por medio del sentido o el contexto general. Otra constatación: después de estos primeros cuentos ya no vuelve a salir ni un solo guaraní más.
Pasado el tramo inicial, la evolución de la escritura es notabilísima. La narración se hace más compleja, con cambios continuos de la primera a la tercera persona, saltos temporales y espaciales, elipsis, etc. De pronto abandonamos el campo y aparecen los aviones, teléfonos, psiquiatras, periódicos y demás parafernalias ciudadanas. El narrador tiende a encargarse de la descripción de los paisajes y las situaciones, pero también de lo que dicen o piensan los personajes: desaparece el diálogo. Y lo más sorprendente, irrumpe la experimentación, y como prueba ahí está el cuento titulado "Él y el otro", que en la práctica resulta ser un monólogo interior de al menos doce páginas sin un sólo signo de puntuación.
Según va pasando el tiempo, las narraciones muestran con creciente claridad una cualidad que, en mi opinión, es una de las pocas ventajas que conlleva el cumplir años: la pérdida de los respetos humanos y la apuesta total por la única y auténtica preocupación que compete a un escritor, o sea, el compromiso con lo narrado. Conste que Roa Bastos fue un hombre de izquierdas hasta el final (durante gran parte de su vida todavía fue posible ser de izquierdas) y que en ningún momento dejó de defender la justicia y denostar la opresión. Pero no es ése el compromiso del que hablo y que está muy visible en sus últimos cuentos. Los cuales tal vez adolecen de la frescura y el descaro de los escritos juveniles, pero que en cambio se benefician del atractivo que desprende toda obra bien hecha. A partir de un momento determinado ya no importa lo bien que escribes, ni el lugar que ocupas en el ranking de celebridades que optan a ascender al Olimpo. Lo único que pretendes es contar tu historia lo mejor posible. Y lo demás que se vaya al diablo.
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