13 julio, 2008

La novela no puede morir


¿muerte de la novela?. Fuente: javiercercas


Esta semana, en la Revista Ñ, apareció una nota de Jorge Aulicino que lleva el título de este post, y vale la pena reproducirla. Dice la nota:


Cinco escritores de primera línea en las letras latinoamericanas responden sobre el presente y el futuro de la novela. ¿La capacidad de generar relatos ha sido monopolizada por el cine y la tv? ¿El mercado decide qué se lee y dónde? ¿Las grandes editoriales globalizan unas obras y hacen que otras no se conozcan siquiera en sus países? Las respuestas de Claudia Piñeiro, Juan Villoro, Alvaro Mutis, Luis Sepúlveda y Carlos Gamerro en general predican un futuro para el género, pero desde distintos puntos de vista.
La novela y sus crisis se remontan al siglo XIX. Cuando los Lumière comenzaron a proyectar imágenes en movimiento en un café de París, muchos creyeron que el relato escrito comenzaría a pasar a segundo plano, pues el cine –un cine que no puede compararse con el actual en recursos y calidad de lenguaje– atraería como moscas a todo el mundo hacia esas salas cuyo paradigma fue el concurrido Grand Café, en el Boulevard des Capucines. Y es cierto: algo cambio entonces en el mundo de la novela. Algo cambió en la concepción lineal del relato, en las unidades de tiempo y espacio, en la cuestión del punto de vista, que autores como Henry James y Robert Louis Stevenson discutían antes de que se popularizara el invento de los Lumière. Cada vez que se plantea la posibilidad de que la novela desaparezca, se levantan voces tan poco fundamentadas como las de los profetas para decir que eso no ocurrirá jamás. Es posible que así sea. Pero parece seguro que el género cambiará las veces que sea necesario, si vamos a mirar con algún cuidado la experiencia histórica: después de los Lumière y de otros cambios vinculados con la eficiencia en la transmisión de relatos –todo lo que hoy es el vasto y complejo mundo de "los medios"–, vinieron el Ulises de Joyce, la monumental y a la vez intimista obra de Proust, el fluir de la conciencia de Virginia Woolf, el ambiguo objetivismo. Desde los Lumière, o desde un punto muy cercano a ellos, la novela supo que debía trabajar en otro plano.A 113 años de la primera función del cine de la historia, y en vista de los desarrollos alcanzados por los "medios", no parece ociosa la pregunta sobre el papel de la novela. Cuando Hollywood tiene una dimensión elefantiásica, y los cineastas independientes creen que pueden competir en terrenos que sólo la imaginación literaria podía cultivar; cuando Godard entre otros cree que incluso el cine murió, ¿en qué o en dónde se refugiará la novela? Es una pregunta menos que deportiva.

¿Vamos hacia el fin de la novela?


McLuhan escribió un libro extraordinario para hablar del fin de los libros. Ese tipo de profecías comprueban que la tradición se refuerza de manera polémica. Se dice que una foto comunica más que mil palabras, pero no hay una foto que exprese ese concepto. Anunciar el fin de un medio de comunicación por medio de la letra es una forma de refrendar la importancia de la letra.


Siempre se profetiza el fin de la novela, la muerte de la novela. Tal vez existan escritores que sostengan eso porque no tienen nada que contar, porque no entienden que, por mucho que les pese, La Boca o Ñuñoa no son Brooklyn, y el dinamismo cultural de Miami no es tal, no existe, es una invención de mercado. Mientras un hombre o una mujer salga a la calle y tenga la aventura de cruzar a la otra vereda, habrá una novela que contar, mientras alguien se aleje voluntaria o involuntariamente de su casa, de su ciudad, de su país, y se enfrente a lo desconocido y a los desconocidos, habrá algo que contar. Mientras el hombre tenga una sola duda, por mínima que sea, habrá algo que contar.

¿Cree que son antagónicos la literatura y el mercado?


Seguramente debe haber buena literatura que no se publica porque al mercado no le interesa, no tengo duda de que debe haber buenos textos que no van a llegar a ser libros, aunque no creo que haya una cuestión conspirativa en esto. Primero está el problema de los escritores que no pueden publicar porque ya hay un editor que decide que eso no le interesa a cierta cantidad de gente. Después, entre los libros publicados hay una rotación tremenda: la gente los seguiría comprando si los encontrara en las librerías, pero están unas pocas semanas en las mesas de novedades y luego no están más. Todas estas reglas de funcionamiento del mercado no ayudan a la circulación de la literatura. Pero no sé si se puede pedir que las editoriales hagan otra cosa, son empresas y no quieren perder plata. Creo que para las editoriales sería interesante publicar libros que aunque no se venden mucho, dan prestigio al fondo editorial. Si esto no lo hace el mercado debería intentarlo el Estado, pero las políticas culturales no son la prioridad en el país.

¿El mercado impone sus criterios, entonces?


Totalmente. Pero, la literatura seguirá existiendo. Siempre he dicho que lo último que hará el hombre sobre la tierra, cuando el planeta desaparezca gracias al sobrecalentamiento que está sucediendo con una fuerza impresionante, será decir unas palabras muy semejantes a un poema, un trozo de poesía para despedirse del mundo. Y hablo de un poema porque la condición de la poesía es decir una parte de nuestra más secreta y más profunda visión del universo y de la gente, de los hombres, de nuestros hermanos; decirlo en una forma que no se parece en nada a todos los otros medios de comunicación: a partir de sus propias entrañas, en lo más íntimo, y que sea verdad.

¿Se puede seguir hablando de la función social de la literatura en un sentido sartreano?


Literatura y política corren de forma paralela. Basta citar a Shakespeare. La mayor parte de la población de su época era iletrada e iba a aprender historia y política al teatro. Las obras tenían un público masivo que abarcaba toda la escala social como hoy solamente sucede en un partido de fútbol. La misma obra se representaba para ese público y para la reina y los nobles de la corte. En el siglo XIX la tribuna para que la literatura llegara a un gran público que ya sí estaba alfabetizado eran los periódicos. Sí, como se dice irónicamente en un cuento de Walsh, "Fotos", "nuestros grandes políticos llevaban un tintero en el chaleco". En el siglo XIX no había escritores, los políticos hacían literatura.

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