El investigador español Jesús Marchamalo desmenuza en Cortázar y los libros (Fórcola) la biblioteca personal del autor de Rayuela, que Aurora Bernárdez, primera mujer y albacea del escritor, donó a la Fundación Juan March, de Madrid, en 1993.
Marchamalo se adentra en el mundo más íntimo y curioso de Julio Cortázar, el de su biblioteca personal. El rastro de sus libros subrayados, con esquinas dobladas, apostillas y papeles -hojas de calendario, recortes de periódico, un pedazo de cartulina garabateado- dibuja un retrato imaginario sobre el autor de Bestiario que hará las delicias de bibliófilos y bibliópatas.
Marchamalo subraya: «He eludido conscientemente hablar con personas que pudieron conocerlo o tratarlo –muchos de ellos escritores que aparecen mencionados en las siguientes páginas– y que podrían haber aportado un testimonio fidedigno del Cortázar lector. Dice la nota:
Marchamalo subraya: «He eludido conscientemente hablar con personas que pudieron conocerlo o tratarlo –muchos de ellos escritores que aparecen mencionados en las siguientes páginas– y que podrían haber aportado un testimonio fidedigno del Cortázar lector. Dice la nota:
Por ahora el libro únicamente se consigue en España, pero parte de la investigación y de las páginas marcadas por Cortázar puede verse en: Los libros de Cortázar.
La parte más grande de la biblioteca está dedicada a la literatura. Hay poesía, novela contemporánea, ensayos literarios, biografías y literatura fantástica, de la que Cortázar era devoto. “Corregía erratas, anotaba en los márgenes, y escribía comentarios en los que mostraba su conformidad o su desacuerdo con lo que leía” explica Marchamalo. Las anotaciones casi siempre están en el idioma del libro en cuestión (francés, castellano, inglés y alemán).
Las erratas son una obsesión persistente de Cortázar. En la edición de Paradiso, de José Lezama Lima, pregunta: “¿Por qué tantas erratas, Lezama?” Y en Confieso que he vivido, escribe a Miguel Otero Silva, editor del libro: “ ¡Ché, Otero Silva, qué manera de corregir el manuscrito, carajo!”.
Las dedicatorias constituyen un capítulo aparte. Hay dedicatorias de García Márquez, Calvino, Carlos Fuentes, Onetti. La preferida de Marchamalo es la del Nobel mexicano Octavio Paz “A Julio, más cerca que lejos, en un allá que es siempre aquí” . Pablo Neruda también le dedicó más de un libro. Vargas Llosa, igual. En La casa verde, en julio de 1966 anota: “A Julio y Aurora, los primeros lectores de esta novela de caballerías con toda la admiración, la gratitud y el cariño” . En las Crónicas de Bustos Domecq, Adolfo Bioy Casares apunta: “Para Julio Cortázar, afectuoso recuerdo con mi efusiva felicitación por las admirables narraciones y relatos de Todos los fuegos el fuego" .
Muchos de los libros de Cortázar acusan sus caprichos de lector y están dañados o desencuadernos. Los de Borges –con quien tuvo una relación compleja, pero de admiración– están intactos, y con algún subrayado ocasional. “Hay otros –apunta el investigador– en los que no se aprecia marca alguna, como si no los hubiera leído”. Entre ellos, hay autores como E. M. Forster, Faulkner y Salinger.
Entre las rarezas, sobresalen dibujos y una esvástica con un signo de exclamación en Anthologie de l’humour noir (Antología del humor negro) de André Breton.
Hay también ausencias notorias, como Miguel Delibes, Benito Pérez Galdós o Manuel Puig. Esas faltas quizás se deban a sus mudanzas entre Argentina, Francia y España. Sin embargo sí tuvo el cuidado de conservar una edición de Opium, de Jean Cocteau, de cuando era niño. Y hay mucho de Felisberto Hernández, y mucha poesía de Luis Cernuda y Federico García Lorca.
Aurora levanta el teléfono en París. “No sabía del libro, pero me parece muy atinado”, concede. Es lo único que dirá.
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