Un libro de 1980, de reportajes y retratos en los que el escritor se metía en la piel de sus objetos periodísticos. Patricia Suárez, escritora y ganadora del Premio Clarín de Novela publica en Revista Ñ un nostálgico artículo sobre Truman Capote. Para Suárez, Capote "escribía con todo su cuerpo, no escatimaba nada (...). Lo anotaba todo, conversaciones, imágenes". "Música para camaleones" de Truman Capote, a treinta años de su publicación:
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Conocí a Truman Capote a mis 22 años. Por ese entonces yo trabajaba en una zapatería y garrapateaba horribles cuentos los sábados por la tarde, que tenía libres. Me imaginaba que la literatura era algo que les pasaba a las demás personas. Como consuelo leía cuanto caía en mis manos, pero todo cambió el día que llegó a mí Plegarias atendidas, la novela póstuma de Capote.
No pude quitar mis ojos de esta historia y ese mismo día, cuando cerré el libro, decidí hacerme escritora. Plegarias atendidas había sido escrito más o menos a la par de Música para camaleones, un libro de reportajes y retratos.
Ya el prólogo es una lección de vida para los incautos. A ver, escribir no tiene nada que ver con pasársela de fiesta en fiesta con bebidas burbujeantes en la mano. "Un día empecé a escribir", cuenta, "sin saber que me había encadenado a un amo noble pero despiadado. Cuando Dios nos ofrece un don, al mismo tiempo nos entrega un látigo, y éste sólo tiene por finalidad la autoflagelación." Capote cuenta la técnica con que enfrentó las crónicas en Música para camaleones: en el periodismo, el objeto de estudio se trata linealmente. Y en la narrativa, verticalmente, en profundidad.
Esto quiere decir más o menos lo siguiente: un periodista no tiene por qué ponerse en la piel de su entrevistado. Capote se propone y esta es la innovación meterse en la piel de sus objetos periodísticos.
¿Qué hace falta para esto? La convicción de que todos somos más o menos iguales y que cometemos errores siempre por amor, dice él y la convicción de que la literatura es más sagrada que tu madre y que la religión juntas.
A primera vista, Capote parece un escritor frívolo, que entrevista estrellas como Marilyn Monroe o Marlon Brando, sin embargo tiene la rigurosidad de un cirujano. Investigaba sus propios métodos de trabajo, los cuestionaba. El escribía con todo su cuerpo, no escatimaba nada. Era un lector desaforado, leía según su propia declaración cinco libros por semana y todos los diarios todos los días. Lo anotaba todo, conversaciones, imágenes.
Era un tipo que había comenzado a escribir a los diez años y nunca paró de hacerlo. Sus orígenes eran muy humildes y cada logro tuvo que haberle costado un gran esfuerzo. Una persona no se vuelve un escritor o un artista, sino tiene una voluntad de acero. Pero después está lo otro, también, y a Capote no se le escapaba: el talento: "Al principio, escribir fue muy divertido. Dejó de serlo cuando averigüé la diferencia entre escribir bien y mal; luego hice otro descubrimiento más alarmante todavía: la diferencia entre escribir bien y el arte verdadero; es sutil, pero brutal. ¡Y, después de aquello, cayó el látigo!".
Demás está decir que me convertí en una fanática de los libros y las enseñanzas de Capote, que lo hice mi mentor. En alguna parte, él escribió: "Tengo la teoría de que si deseas algo con suficiente ardor, lo consigues, sea lo que sea. Pero hay que desearlo de verdad y concentrarse en ello las veinticuatro horas del día. Si lo haces, lo consigues". Yo, dejé mi puesto de vendedora en la zapatería y me hice escritora.
No pude quitar mis ojos de esta historia y ese mismo día, cuando cerré el libro, decidí hacerme escritora. Plegarias atendidas había sido escrito más o menos a la par de Música para camaleones, un libro de reportajes y retratos.
Ya el prólogo es una lección de vida para los incautos. A ver, escribir no tiene nada que ver con pasársela de fiesta en fiesta con bebidas burbujeantes en la mano. "Un día empecé a escribir", cuenta, "sin saber que me había encadenado a un amo noble pero despiadado. Cuando Dios nos ofrece un don, al mismo tiempo nos entrega un látigo, y éste sólo tiene por finalidad la autoflagelación." Capote cuenta la técnica con que enfrentó las crónicas en Música para camaleones: en el periodismo, el objeto de estudio se trata linealmente. Y en la narrativa, verticalmente, en profundidad.
Esto quiere decir más o menos lo siguiente: un periodista no tiene por qué ponerse en la piel de su entrevistado. Capote se propone y esta es la innovación meterse en la piel de sus objetos periodísticos.
¿Qué hace falta para esto? La convicción de que todos somos más o menos iguales y que cometemos errores siempre por amor, dice él y la convicción de que la literatura es más sagrada que tu madre y que la religión juntas.
A primera vista, Capote parece un escritor frívolo, que entrevista estrellas como Marilyn Monroe o Marlon Brando, sin embargo tiene la rigurosidad de un cirujano. Investigaba sus propios métodos de trabajo, los cuestionaba. El escribía con todo su cuerpo, no escatimaba nada. Era un lector desaforado, leía según su propia declaración cinco libros por semana y todos los diarios todos los días. Lo anotaba todo, conversaciones, imágenes.
Era un tipo que había comenzado a escribir a los diez años y nunca paró de hacerlo. Sus orígenes eran muy humildes y cada logro tuvo que haberle costado un gran esfuerzo. Una persona no se vuelve un escritor o un artista, sino tiene una voluntad de acero. Pero después está lo otro, también, y a Capote no se le escapaba: el talento: "Al principio, escribir fue muy divertido. Dejó de serlo cuando averigüé la diferencia entre escribir bien y mal; luego hice otro descubrimiento más alarmante todavía: la diferencia entre escribir bien y el arte verdadero; es sutil, pero brutal. ¡Y, después de aquello, cayó el látigo!".
Demás está decir que me convertí en una fanática de los libros y las enseñanzas de Capote, que lo hice mi mentor. En alguna parte, él escribió: "Tengo la teoría de que si deseas algo con suficiente ardor, lo consigues, sea lo que sea. Pero hay que desearlo de verdad y concentrarse en ello las veinticuatro horas del día. Si lo haces, lo consigues". Yo, dejé mi puesto de vendedora en la zapatería y me hice escritora.
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