Mientras leía el reciente artículo de Fernando Ampuero (El Dominical, 17 de agosto) pensaba: a muchos premiados con el Nobel (Literatura), ni se les recuerda por casualidad. El ejemplo de Ampuero, Anatole France, es uno de ellos. Aunque este premio, acaso, signifique en vida el mayor galardón para un escritor (sin contar con Jean Paul Sartre que lo rechazó, pues el aceptarlo hubiera comprometido su integridad como escritor), no garantiza ni por casualidad que entren en la exclusiva fiesta de la “posteridad”.
Ampuero cita ejemplos de escritores que sin Nobel igual siguen siendo leídos y acaso lo seguirán (Tolstói, Proust, Joyce, Wolf, Borges…). Esta fiesta, que es la posteridad, se reserva el derecho de admisión, es exclusiva y solo es para los “elegidos”. Pero ¿Cuánta lógica existe entre la vida y la posteridad? Haciendo un balance somero, y acaso pretendiendo dar una regla absurda, pues en literatura todo es relativo: los triunfadores en vida son los negados a la posteridad. ¿Será cierto? Pienso en un caso común y archiconocido: Chocano. Lo que sucedió con Chocano fue y acaso es lo que sucede con un escritor que en vida es bañado en la mejor miel que los mortales (nosotros) les podemos brindar, pero que una vez expuesto al sol de los años (un juez implacable), termina siendo echado de la exclusiva fiesta de la que les hablo. El señor Chocano fue suprimido en cálculos porcentuales por El cholo Vallejo.
En la Italia renacentista pasó algo similar, entre un señor apellidado Petrarca y otro Alighieri. Aunque el primero es reconocido en Italia como vate fundacional, el segundo, lo relegó, gracias a su monumental obra La Divina Comedia, en las sumas y restas del tiempo.
A menos que se borren de la faz de la tierra todo rastro de un escritor reconocido en vida, este aún seguirá siendo mencionado entre los círculos profundamente interesados con el tema (estudiantes de literatura, escritores, críticos, etc.). Sin embargo, en la memoria de los pueblos quedarán solo pocos (injustamente en algunos casos), por más afán nuestro de querer seguir rindiéndoles culto, la posteridad es selectiva, acaso nazi.
Tampoco pretendo, con lo dicho en el inicio de este post, y volviendo al Nobel, desacreditar un premio que ha tenido aciertos (Mann, O´Neil, Hesse, Gide, Eliot, Faulkner, Hemingway, Camus, Sartre…). Sin embargo, creo aún en esa incongruencia que nos plantea la posteridad. Los escritores que en vida fueron marginados, desplazados…son ahora, en muchos casos, fundacionales. Y hoy, en un mundo mucho más “abierto”, donde la intolerancia quizá no es tan férrea (en el ámbito literario claro). ¿Se puede creer que un escritor celebrado en vida tendrá su balcón en la posteridad?
Creo que se involucran más aspectos que el autor y la obra cuando hablamos de posteridad. Pensar en el contexto donde se gesta la obra y por cuán cercano está ese contexto de nosotros, quizá es un punto inicial. Si leemos hoy al Inca Garcilaso o a Palma, la distancia entre la obra y nosotros no es mucha, aún existe el Cuzco, aún hay casas virreinales, aún podemos acceder a ese mundo. ¿Y si no existiera esa cercanía, acabaría la posteridad para esas obras? No lo creo. Es por eso que han pasado a la posteridad. Pero ¿cuánto tiempo durará ésta?
Alguien me dirá: la Ilíada y la Odisea ya llevan un buen tiempo conservándose, son leídas y estudiadas. Yo le respondería entonces: Son libros que han pasado a la posteridad por méritos propios, existen aún conocimientos del mundo que recrean y son estudiadas, sin embargo ¿por cuánto más? Realmente son leídas y desentrañadas por todos. No lo creo. Existen en textos escolares y son realmente valoradas por el círculo de interesados que arriba mencioné. Entonces, ¿quién o quiénes hacen la posteridad de una obra y/o autor? ¿La obra es antes que el autor? Pienso un momento en Cervantes. Por ejemplo, las noveles de ciencia ficción, pienso en Verne, han quedado relegadas y desplazadas del festín (ver Una galaxia que se apaga). Si bien fueron adelantadas para su época y en muchos casos adivinaron el progreso humano, este mismo progreso las condenó a ser historias que leídas al son de la actualidad, desentonan mucho con esta por ser menos fantásticas.
Si bien es cierto, mucho del canon literario (ya que se habla últimamente tanto de él) que leemos es herencia de nuestros antecesores, que eligieron a esos autores como integrantes de tal. Nosotros, los que les seguimos, podemos cambiar ese canon desde nuestra perspectiva o ratificar en muchos casos la validez del juicio anterior. Otro aspecto entonces en el tema de la posteridad son las generaciones. Para dos generaciones un poeta puede ser el non plus ultra, pero cuando llegue la tercera, ese mismo vate puede ser desplazado por su coetáneo que para las anteriores era secundario y que para ésta es excelso. Esta situación que planteo, en muchos casos ha hecho justicia con algunos escritores. Sin embargo, ¿quién modera la llamada justicia de la posteridad?
Quizá mañana no, pero de aquí a cincuenta años quizá, nuestros hijos o nietos quiebren el molde de nuestro canon y lo reescriban, situando acaso a un Chocano primero que un Vallejo, un Adán, un Eielson…Eso nos parecería insultante para aquellos que se han ganado su lugar dentro de la posteridad. Pero cuando nosotros no estemos, otras cosas quizá se digan.
José Miguel Oviedo dice que “en literatura, todo es perfectible por ser relativo, lo que invita a una saludable discusión y a nuevos cánones y alternativas”. Esa relatividad hace que la posteridad se para nosotros, los del presente, una cosa y para los del mañana otra. Esa misma relatividad hace pensar que de aquí a “n” años Ribeyro, Reynoso, Bryce sean más reconocidos y celebrados que Vargas Llosa. Y hablando de este último, que ha sido homenajeado aquí en Lima por todos lados y que es, citando a Ampuero, “nuestra esperanza más viable para el Nobel”, cabe la misma pregunta que me he hecho a lo largo de este post: ¿Entrará en la posteridad? No en la posteridad vista desde nuestros ojos, puesto que con mucho mérito sí la alcanzaría indudablemente, sino en la posteridad desde a un plano transgeneracional. A quién estará más cerca un escritor como por ejemplo MVLL, a Chocano o a Vallejo. Quizá mis nietos lo respondan.
Ampuero cita ejemplos de escritores que sin Nobel igual siguen siendo leídos y acaso lo seguirán (Tolstói, Proust, Joyce, Wolf, Borges…). Esta fiesta, que es la posteridad, se reserva el derecho de admisión, es exclusiva y solo es para los “elegidos”. Pero ¿Cuánta lógica existe entre la vida y la posteridad? Haciendo un balance somero, y acaso pretendiendo dar una regla absurda, pues en literatura todo es relativo: los triunfadores en vida son los negados a la posteridad. ¿Será cierto? Pienso en un caso común y archiconocido: Chocano. Lo que sucedió con Chocano fue y acaso es lo que sucede con un escritor que en vida es bañado en la mejor miel que los mortales (nosotros) les podemos brindar, pero que una vez expuesto al sol de los años (un juez implacable), termina siendo echado de la exclusiva fiesta de la que les hablo. El señor Chocano fue suprimido en cálculos porcentuales por El cholo Vallejo.
En la Italia renacentista pasó algo similar, entre un señor apellidado Petrarca y otro Alighieri. Aunque el primero es reconocido en Italia como vate fundacional, el segundo, lo relegó, gracias a su monumental obra La Divina Comedia, en las sumas y restas del tiempo.
A menos que se borren de la faz de la tierra todo rastro de un escritor reconocido en vida, este aún seguirá siendo mencionado entre los círculos profundamente interesados con el tema (estudiantes de literatura, escritores, críticos, etc.). Sin embargo, en la memoria de los pueblos quedarán solo pocos (injustamente en algunos casos), por más afán nuestro de querer seguir rindiéndoles culto, la posteridad es selectiva, acaso nazi.
Tampoco pretendo, con lo dicho en el inicio de este post, y volviendo al Nobel, desacreditar un premio que ha tenido aciertos (Mann, O´Neil, Hesse, Gide, Eliot, Faulkner, Hemingway, Camus, Sartre…). Sin embargo, creo aún en esa incongruencia que nos plantea la posteridad. Los escritores que en vida fueron marginados, desplazados…son ahora, en muchos casos, fundacionales. Y hoy, en un mundo mucho más “abierto”, donde la intolerancia quizá no es tan férrea (en el ámbito literario claro). ¿Se puede creer que un escritor celebrado en vida tendrá su balcón en la posteridad?
Creo que se involucran más aspectos que el autor y la obra cuando hablamos de posteridad. Pensar en el contexto donde se gesta la obra y por cuán cercano está ese contexto de nosotros, quizá es un punto inicial. Si leemos hoy al Inca Garcilaso o a Palma, la distancia entre la obra y nosotros no es mucha, aún existe el Cuzco, aún hay casas virreinales, aún podemos acceder a ese mundo. ¿Y si no existiera esa cercanía, acabaría la posteridad para esas obras? No lo creo. Es por eso que han pasado a la posteridad. Pero ¿cuánto tiempo durará ésta?
Alguien me dirá: la Ilíada y la Odisea ya llevan un buen tiempo conservándose, son leídas y estudiadas. Yo le respondería entonces: Son libros que han pasado a la posteridad por méritos propios, existen aún conocimientos del mundo que recrean y son estudiadas, sin embargo ¿por cuánto más? Realmente son leídas y desentrañadas por todos. No lo creo. Existen en textos escolares y son realmente valoradas por el círculo de interesados que arriba mencioné. Entonces, ¿quién o quiénes hacen la posteridad de una obra y/o autor? ¿La obra es antes que el autor? Pienso un momento en Cervantes. Por ejemplo, las noveles de ciencia ficción, pienso en Verne, han quedado relegadas y desplazadas del festín (ver Una galaxia que se apaga). Si bien fueron adelantadas para su época y en muchos casos adivinaron el progreso humano, este mismo progreso las condenó a ser historias que leídas al son de la actualidad, desentonan mucho con esta por ser menos fantásticas.
Si bien es cierto, mucho del canon literario (ya que se habla últimamente tanto de él) que leemos es herencia de nuestros antecesores, que eligieron a esos autores como integrantes de tal. Nosotros, los que les seguimos, podemos cambiar ese canon desde nuestra perspectiva o ratificar en muchos casos la validez del juicio anterior. Otro aspecto entonces en el tema de la posteridad son las generaciones. Para dos generaciones un poeta puede ser el non plus ultra, pero cuando llegue la tercera, ese mismo vate puede ser desplazado por su coetáneo que para las anteriores era secundario y que para ésta es excelso. Esta situación que planteo, en muchos casos ha hecho justicia con algunos escritores. Sin embargo, ¿quién modera la llamada justicia de la posteridad?
Quizá mañana no, pero de aquí a cincuenta años quizá, nuestros hijos o nietos quiebren el molde de nuestro canon y lo reescriban, situando acaso a un Chocano primero que un Vallejo, un Adán, un Eielson…Eso nos parecería insultante para aquellos que se han ganado su lugar dentro de la posteridad. Pero cuando nosotros no estemos, otras cosas quizá se digan.
José Miguel Oviedo dice que “en literatura, todo es perfectible por ser relativo, lo que invita a una saludable discusión y a nuevos cánones y alternativas”. Esa relatividad hace que la posteridad se para nosotros, los del presente, una cosa y para los del mañana otra. Esa misma relatividad hace pensar que de aquí a “n” años Ribeyro, Reynoso, Bryce sean más reconocidos y celebrados que Vargas Llosa. Y hablando de este último, que ha sido homenajeado aquí en Lima por todos lados y que es, citando a Ampuero, “nuestra esperanza más viable para el Nobel”, cabe la misma pregunta que me he hecho a lo largo de este post: ¿Entrará en la posteridad? No en la posteridad vista desde nuestros ojos, puesto que con mucho mérito sí la alcanzaría indudablemente, sino en la posteridad desde a un plano transgeneracional. A quién estará más cerca un escritor como por ejemplo MVLL, a Chocano o a Vallejo. Quizá mis nietos lo respondan.
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