17 agosto, 2008

Bendito canon

José Miguel Oviedo

Gustavo Faverón hace unos días en su puente aéreo publicó un post respecto a la polémica generada por los cuatro tomos de Historia de la literatura hispanoamericana del crítico peruano José Miguel Oviedo. La discusión acaso iniciada por los artículos del crítico Abelardo Oquendo, se centra -según los criterios particulares de los denunciantes- en la ausencia de poetas y narradores que, según ellos, deberían haber estado incluídos como representantes de la literatura hispanoamericana. Faverón explica acertadamente que "en contra de lo que algún desinformado parece suponer, proponer un canon latinoamericano no implica hacer una sumatoria de dos decenas de selecciones nacionales: un autor puede ser relevante en una tradición nacional y no ser crucial en una que se construya de modo internacional o transnacional. Escribir una historia es articular las líneas maestras de una serie de procesos intelectuales y estéticos, sus interrelaciones, sus comunicaciones y sus influencias; no se hace una historia literaria con la lógica de una repartición de premios."(la negrita es mía) Lo resaltado acaso explica en pocas palabras las ausencias y presencias de poetas y narradores cuando se trata de hacer una historia de la literatura en el "contexto hispanoamericano".
.
José Miguel Oviedo ha respondido hoy en El Dominical por todo el polvo levantado por su Historia. La nota lo explica:
.
Lo cierto es que -que, pese a su nombre, que evoca una nómina decretada por una suprema autoridad, como la que configura el santoral católico- el canon literario es, felizmente, algo mucho más relativo. El mismo canon de Bloom -hombre de enorme saber y con dominio de numerosas lenguas y literaturas- no está exento de críticas. Por ejemplo, desde el punto de vista de un lector hispanohablante, la cuota de autores de nuestra lengua representados en el núcleo de su canon puede resultar discutible, pues no figuran Lope de Vega ni Garcilaso; la razón tal vez sea que Bloom no domina el español y lee en traducción a los autores de esta lengua (por eso, cuando se refiere a Don Quijote lo llama "Senor Quijote"). De las letras en lengua portuguesa solo incluye a Pessoa, lo que es encomiable, pero no al brasileño Machado de Assis, el más grande narrador latinoamericano del siglo XIX. Vallejo, Neruda y Borges sí están, pero no Sor Juana, que no tiene nada que envidiar a Góngora. Y a los lectores italianos, por su parte, la ausencia de Petrarca o Cavalcanti puede parecerles inexplicable. Todo esto significa que ningún canon literario, ni este ni cualquier otro que exista ahora o en el futuro, es -ni debe ser- tomado como un texto sagrado e intocable, que solo merece reverencia y ciego acatamiento (el de Bloom refleja una muy amplia visión del legado literario universal basada en la percepción cultural propia de un anglosajón con fuertes raíces judías, para quien Shakespeare es el centro de toda su experiencia estética). Creo que precisamente en eso reside su valor y utilidad: en recordarnos que, en literatura, todo es perfectible por ser relativo, lo que invita a una saludable discusión y a nuevos cánones y alternativas. (...)Si la crítica fuese siempre exacta y definitiva, ya habría dicho todo lo que hay que decir sobre todas las obras y sus autores. Nuestras creaciones tienen la espléndida virtud de transformarse con el tiempo, porque, pese a que son las mismas, nosotros sí cambiamos, les otorgamos nuevos significados y les damos nueva vida. Quien no entienda esta dialéctica no entiende la literatura.La anterior reflexión parece pertinente ahora porque se ha desatado una polémica desde diversos [medios]. Todo comenzó cuando en su columna de "La República" Abelardo Oquendo hizo un paciente y razonado recuento de los poetas y narradores que figuraban en mi libro desde el siglo XIX hasta hoy: 30 poetas y 21 narradores, cómputo que yo mismo ignoraba. Eso coincidió con un comentario bastante crítico de Iván Thays (El Dominical, 3 de agosto) a la reedición de un ensayo de Miguel Gutiérrez -con quien yo había polemizado hace un tiempo- sobre la generación del 50. Pronto los dos asuntos confluyeron en una serie de ataques, condenaciones y denuncias de mi presunto "canon", visto como una turbia maniobra para desterrar del paraíso literario a los escritores que no me gustaban. (...)La primera es que yo no he tenido la menor intención de proponer un canon y, si alguien lee mi Historia con tal criterio, eso está más allá de mi control. Tampoco he escrito una enciclopedia literaria, un catálogo total de la literatura hispanoamericana, en donde (como cierta antología de la poesía peruana contemporánea) no falta nadie que haya escrito algo que tenga siquiera una vaga relación con la literatura. (...)Establecí unos criterios para hacer esa selección, procuré aplicarlos del modo más coherente posible y, al mismo tiempo, reconocí que el esfuerzo tenía ciertas limitaciones y riesgos: los de mi información, los de mi memoria, los de mi visión crítica y mis gustos personales; es decir, señalé con claridad que la subjetividad era, como en cualquier trabajo crítico, un elemento que, inevitablemente, formaba parte de mi Historia..., escrita con la convicción de que todo es relativo y nada es permanente. (...) Toda historia literaria es imperfecta y la mía, por supuesto, no escapa a esa regla. Como ellas, mi Historia de la literatura hispanoamericana contiene errores, omisiones y otros deslices que asumo plenamente apenas los descubro o cuando algunos amigos me las hacen notar. El destino de esta clase de obras es pasar al olvido con el correr del tiempo y la aparición de nuevas perspectivas críticas y nuevas ideas de lo que una historia debe ser. (...)una omisión que es real y que lamento: la de Juan Gonzalo Rose. A modo de explicación diré que el hecho de haber ya incluido ocho poetas de la generación del 50 a la que él pertenece, hacía difícil agregar uno más (pues podría parecer excesivo y desbalancear el esquema general), y así tomé la difícil decisión de no ponerlo. Me arrepiento de haberlo hecho porque luego leí una colección póstuma de Rose y me pareció un poeta de singular intensidad; para reparar, aunque sea en parte esa omisión, lo he incluido en una antología de la poesía peruana contemporánea próxima a aparecer en Madrid. Por último, en un artículo publicado en "Perú21", Juan Morillo atribuye la ausencia de Miguel Gutiérrez y otros del grupo "Narración" a mi negro resentimiento y rencor ideológico porque, hace varias décadas, me abstuve de contestar una encuesta de la revista homónima, en la que mi nombre apareció al lado de "una ominosa franja en blanco", humillación de la que habría querido vengarme ahora. La teoría es psicológicamente interesante pero tiene el defecto de ser falsa: de esa pequeña anécdota no guardaba ningún recuerdo, aunque ellos la tienen archivada para usarla en una ocasión oportuna. No, la razón por la cual esos escritores no aparecen en mi libro es otra: considero que la contribución del grupo (separo de él a Vargas Vicuña) a la literatura peruana es mucho menor de la que ellos creen y que, dentro del contexto hispanoamericano, su ausencia no es nada digna de lamentar.

No hay comentarios: