Antes de entrar en la fascinante investigación proustiana del semiólogo musical Jean-Jacques Nattiez, no estaría de más repasar ciertos puntos de la relación música y literatura y establecer algunos modos en cómo la primera se ha representado en la novela moderna. Vienen rápido a la mente tres modelos bien diferenciados, lo que por supuesto no quiere decir que no haya otros. El Dr. Faustus de Thomas Mann es tal vez el mayor ejemplo de la representación de la música en la novela de ideas; por momentos es teoría musical en estado puro, al punto que para su redacción Mann solicitó la ayuda del filósofo y compositor T. W. Adorno. Para decirlo en dos palabras, en el Dr. Faustus se trata de mostrar cómo la historia de la música y la historia de Alemania se inscriben en una sonata de Beethoven o en una invención técnica de Schoenberg. En las antípodas de ese modelo crítico objetivista se define la dimensión musical del Ulises de Joyce, que se representa de varias maneras de una punta a otra de la novela pero que se consuma en el audaz salto del capítulo 11, organizado como una obertura en la que primero se enumeran los motivos (palabras sueltas, pequeñas frases) que se desarrollarán a lo largo del capítulo sin una lógica narrativa aparente. Podía decirse que si la música se presenta en la novela de Mann como un objeto de reflexión crítica, en el Ulises lo hace miméticamente, aunque podría dudarse de si el casi onomatopéyico capítulo 11 constituye el elemento mimético más significativo del Ulises; por el contrario, se podría postular que lo decisivamente mimético del Ulises no radica en una seudo música sino en la renuncia a toda generalización, a toda mediación conceptual explícita. La elaboración musical de En busca del tiempo perdido se ubicaría en la tercera punta del triángulo. En Proust la música siempre llega desde la perspectiva del oyente. Su reino es la metáfora, aunque podría hablarse de una metáfora en diferentes escalas; desde las primeras apariciones de la frase de Vinteuil, ante las que la narración persigue figuras esquivas –fracasando hermosamente, por decirlo así–, hasta la metáfora radical que se descorre, por ejemplo, cuando la narración, ya bien avanzada la Recherche (en La prisionera), asocia el recuerdo de esa frase musical con la memorable descripción de un paseo en coche por los alrededores de Balbec (que tuvo lugar en el segundo volumen), cuando unos árboles alineados se le aparecen al Narrador como si le estuviesen formulando una acuciante pregunta. En la asociación proustiana, la expresión de la música se asemeja a la de la naturaleza, y nada más hermosamente persuasivo podría haberse dicho a propósito del carácter enigmático de ambas expresiones. (...)
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