Desde hace unos días, en el blog de Gustavo Faverón (Puente Aéreo), se lleva a cabo la primera jornada de su club de lecturas. El texto leído y comentado es “El caso Berciani”de Alan Pauls. Faverón desarrolla el club de la siguiente manera: se le solicita el cuento (vía un comentario y dejando tu correo) y luego de leerlo, comentas tus apreciaciones acerca del texto. Todos pueden acceder a la discusión, que ya lleva muchos comentarios. Por mi parte, dejé el siguiente comentario y aquí lo copio (Las propuestas para la segunda jornada del club de lecturas continúan):
Empezaré mi comentario del cuento de Pauls por el final. El que no se conozca quién asesinó a Berciani, se debe al dato escondido elíptico que se haya en el final. El dato escondido elíptico, suprime para nosotros, aquella información y jamás —jamás— sabremos quién asesinó a Berciani. Esta técnica narrativa, la podemos ver usada —magistralmente— en “Los asesinos” de Hemingway. En el cuento, Hemingway, narra el futuro, acaso inevitable, intento de asesinato de Ole Andreson. Y aunque el cuento no termina con la muerte de Anderson, se presume que aquello sucederá pues el mismo Ole parece esperar que suceda. Sin embargo, no se sabe el por qué de ello. Ni se da pistas de las razones. No porque el cuento no sea policial no tiene la obligación de dar pistas, sino que, como expliqué arriba, responde a la mencionada técnica. A mi entender, sucede lo mismo con el final del cuento de Pauls. Entonces, nosotros, los lectores, tendremos que imaginar —o conjeturar— las razones de la muerte de Berciani.
Ahora, quisiera hablar del narrador. En principio, el narrador del cuento me parece de una omnipotencia pesada. ¿Por qué? Porque lo sabe todo. Sabe, que solo hay dos rutas de la estación terminal al vaciadero de desechos “y no hay tercer opción”. Esto último, a mi parecer, nos descubre gran parte del cuento. Pues el que ese narrador dé tal aseveración, ratifica —por adelantado— el fracaso de Berciani. Además, este narrador nos habla de un futuro distante. Pues —todo— “El caso Berciani”, es un mero ejemplo de comprobación de que —realmente— solo hay dos rutas “de la estación terminal al vaciadero de desechos. Si fuera así, lo sucedido con Berciani —asesinato o no— termina como un titular más en los periódicos. Que aunque sonado, termina siendo olvidado. Sin embargo, el narrador inicial presenta una muda (aunque esta sea sutil y con interrupciones del narrador omnisciente): En el encuentro de Telma con el yugoslavo, el narrador —o mejor dicho la cámara, para hablar en clave cinematográfica— parece mudar de perspectiva y alojarse en los ojos de Ortolá, que desde las sombras, ve los ofrecimientos de Telma al yugoslavo. Luego de este episodio, aquél narrador vuelve hasta el final.
La denominación como cuento policial de “El caso Berciani”, me tiene sin cuidado. Aunque no soy un cabal entendido del género, el signar como policial dicho cuento, supondría imponerle los cánones del género al mismo. Lo que lo desvestiría de su belleza intrínseca —que la tiene. Quizá no al grado que Bolaño afirmó (http://www.sololiteratura.com/bol/bolanoeseextrano.htm), pero la tiene—, para tratar de imponerle ese corsé de “cuento policial”. Si bien es cierto, hay circunstancias policiales (una desaparición, una búsqueda, pistas, un asesinato) creo que todo ello se introduce —incluyendo la desesperación de Telma, etc. — en un mayor plano mayor: el fracaso.
El fracaso de Berciani —mencionado por adelantado— me parece la comprobación del ejemplo del narrador. Y recuerdo —guardando las distancias— ese tipo de fracaso (la no realización del anhelo o deseo) del personaje en cuentos de Julio Ramón Ribeyro. Cuentos como “El baquete” o “El profesor suplente”, etc., nos muestran un irremediable fracaso de su personaje, frente a un mundo que simplemente lo aplasta. Un mundo o una realidad, que lo subyuga a no cumplir sus deseos y solo ser un mero eslabón dentro de la cadena del fracaso. Ahora, como se nos presenta el inicio del cuento, obliga al —autor— narrador a tener que contarnos lo sucedido con Berciani como ejemplo o anécdota que confirme su afirmación inicial: “y no hay tercer opción”. Esta exigencia —acaso— hace que sepamos que Berciani ineludiblemente fracasará. Otro sería el cantar si descubriéramos, hasta el final del cuento, que Berciani fracaso (como ocurre —por ejemplo— en el “El baquete”). Pero el cuento ya está así, y presuponer que sea otra su estructura, a parte de inoportuno es ridículo. Sin embargo, el hallazgo fragmentario de las pertenencias de Berciani, toma una fuerza muy intensa que parece diluirse cuando se halla el cuerpo del occiso. ¿Por qué? Porque el énfasis con que el narrador nos describe cada descubrimiento (incluidas las lucecitas verdes y rojas y la amarilla), deja su halo de misterio inconcluso para impregnarse de una linealidad previsible, que terminaría irremediablemente con el encuentro del cuerpo de Berciani.
Algo más, en su desarrollo, lo sucedido con Berciani parecería ser una muy bien planeada fuga. Una huida de aquella monstruosa y apremiante ciudad (qué ciudad no lo es). Una renuncia a su trabajo, a su hogar, a su mujer… Sin embargo, toda adelantada conjetura del lector entusiasta, se derrumba cuando se conoce que las pertenencias de Berciani están en poder de diversas personas, y él no tiene nada (pues si hubiera planeado una huida, aunque sea se hubiera llevado su ropa interior y su mujer se lo habría dicho a los policías). Y solo se trata de un crimen —común— en una ciudad capitalina.
Ahora, quisiera hablar del narrador. En principio, el narrador del cuento me parece de una omnipotencia pesada. ¿Por qué? Porque lo sabe todo. Sabe, que solo hay dos rutas de la estación terminal al vaciadero de desechos “y no hay tercer opción”. Esto último, a mi parecer, nos descubre gran parte del cuento. Pues el que ese narrador dé tal aseveración, ratifica —por adelantado— el fracaso de Berciani. Además, este narrador nos habla de un futuro distante. Pues —todo— “El caso Berciani”, es un mero ejemplo de comprobación de que —realmente— solo hay dos rutas “de la estación terminal al vaciadero de desechos. Si fuera así, lo sucedido con Berciani —asesinato o no— termina como un titular más en los periódicos. Que aunque sonado, termina siendo olvidado. Sin embargo, el narrador inicial presenta una muda (aunque esta sea sutil y con interrupciones del narrador omnisciente): En el encuentro de Telma con el yugoslavo, el narrador —o mejor dicho la cámara, para hablar en clave cinematográfica— parece mudar de perspectiva y alojarse en los ojos de Ortolá, que desde las sombras, ve los ofrecimientos de Telma al yugoslavo. Luego de este episodio, aquél narrador vuelve hasta el final.
La denominación como cuento policial de “El caso Berciani”, me tiene sin cuidado. Aunque no soy un cabal entendido del género, el signar como policial dicho cuento, supondría imponerle los cánones del género al mismo. Lo que lo desvestiría de su belleza intrínseca —que la tiene. Quizá no al grado que Bolaño afirmó (http://www.sololiteratura.com/bol/bolanoeseextrano.htm), pero la tiene—, para tratar de imponerle ese corsé de “cuento policial”. Si bien es cierto, hay circunstancias policiales (una desaparición, una búsqueda, pistas, un asesinato) creo que todo ello se introduce —incluyendo la desesperación de Telma, etc. — en un mayor plano mayor: el fracaso.
El fracaso de Berciani —mencionado por adelantado— me parece la comprobación del ejemplo del narrador. Y recuerdo —guardando las distancias— ese tipo de fracaso (la no realización del anhelo o deseo) del personaje en cuentos de Julio Ramón Ribeyro. Cuentos como “El baquete” o “El profesor suplente”, etc., nos muestran un irremediable fracaso de su personaje, frente a un mundo que simplemente lo aplasta. Un mundo o una realidad, que lo subyuga a no cumplir sus deseos y solo ser un mero eslabón dentro de la cadena del fracaso. Ahora, como se nos presenta el inicio del cuento, obliga al —autor— narrador a tener que contarnos lo sucedido con Berciani como ejemplo o anécdota que confirme su afirmación inicial: “y no hay tercer opción”. Esta exigencia —acaso— hace que sepamos que Berciani ineludiblemente fracasará. Otro sería el cantar si descubriéramos, hasta el final del cuento, que Berciani fracaso (como ocurre —por ejemplo— en el “El baquete”). Pero el cuento ya está así, y presuponer que sea otra su estructura, a parte de inoportuno es ridículo. Sin embargo, el hallazgo fragmentario de las pertenencias de Berciani, toma una fuerza muy intensa que parece diluirse cuando se halla el cuerpo del occiso. ¿Por qué? Porque el énfasis con que el narrador nos describe cada descubrimiento (incluidas las lucecitas verdes y rojas y la amarilla), deja su halo de misterio inconcluso para impregnarse de una linealidad previsible, que terminaría irremediablemente con el encuentro del cuerpo de Berciani.
Algo más, en su desarrollo, lo sucedido con Berciani parecería ser una muy bien planeada fuga. Una huida de aquella monstruosa y apremiante ciudad (qué ciudad no lo es). Una renuncia a su trabajo, a su hogar, a su mujer… Sin embargo, toda adelantada conjetura del lector entusiasta, se derrumba cuando se conoce que las pertenencias de Berciani están en poder de diversas personas, y él no tiene nada (pues si hubiera planeado una huida, aunque sea se hubiera llevado su ropa interior y su mujer se lo habría dicho a los policías). Y solo se trata de un crimen —común— en una ciudad capitalina.
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