Primera edición de la novela. Fuente: manhattanrarebooks
Hoy se conmemora los 80 años de la primera de las geniales novelas de William Faulkner: El ruido y la furia. Hace un tiempo había escrito al respecto, pero hoy aparece en El País un artículo de Manuel Rodríguez Rivero donde comenta cómo Faulkner calificó a la novela como su más "espléndido fracaso (finest failure)". Entre las muchas anéctodas de la creación de la novela, quizá pueda resaltar el deseo del autor de incluir tipografía de colores para diferenciar los distintos niveles temporales; o que el manuscrito tuviera como título inicial Twilight (Crepúsculo), situación que hubiera dejado sin piso a la saga vampiresca reciente. Espléndido fracaso:
Mientras permite que un editor amigo tache, corte y pegue el manuscrito de lo que era Banderas en el polvo (1973), para hacerlo más "legible" y convertirlo en lo que será Sartoris (1929), William Faulkner (1897-1962) se sumerge en la composición de El ruido y la furia, su primera obra maestra y una de las cumbres de la literatura modernista. La termina pocos meses más tarde, después de rehacerla cinco veces y de intentar en vano que algún editor acepte introducir tipografía en colores para distinguir sus distintos niveles temporales ("La metafísica de Faulkner es una metafísica del tiempo", escribió Sartre refiriéndose a este libro). Una feliz conjunción de circunstancias propicia que el texto más "ilegible" del autor pueda ver la luz en Nueva York, en el nuevo sello de Jonathan Cape y Harrison Smith, el 7 de octubre de 1929, tres semanas antes del crash de Wall Street. Hoy conmemoramos, por tanto, su 80º aniversario. (...) Para contarnos la fase final de la historia de una familia decadente (los Compsons) en un país derrotado y roto (el Sur), Faulkner escoge tres narradores poco fiables (Benjy, Quentin, Jason) y otro objetivo, pero limitado (cercano al punto de vista de Dilsey, la sirvienta negra). En cada uno de los discursos -diferentes en lenguaje y sintaxis, pero también en sustrato cultural y signi-ficado-, marcados por la presencia fantasmal de Caddy, la hermana huida y perdida, Faulkner oculta y desvela, exigiendo del lector un esfuerzo constante (e insólito en la narrativa estadounidense, que apostaba todavía por el lector pasivo del siglo XIX) que finalmente será recompensado. Pero sólo a medias. La historia se va revelando a partir de tonos, obsesiones y subjetividades en conflicto, por lo que nunca acaba de desplegarse del todo: el juego narrativo de opacidad y transparencia no se muestra como el tour de force arbitrario de un virtuoso, sino como demanda interna del propio relato. El ruido y la furia es un puzzle de mil piezas que el lector debe montar, y en el que hasta el prólogo (la sección del "idiota" Benjy) cobra su pleno sentido si se vuelve a leer como epílogo. Es sin duda ese esfuerzo (incluyendo la relectura) que la novela exige del lector -al que Faulkner intentó en vano facilitar la tarea restituyendo el orden temporal de la historia en el célebre Apéndice Compson de 1945- lo que el autor tenía en mente cuando hablaba de "espléndido fracaso". Conozco media docena de traducciones al castellano de El ruido y la furia (la primera edición española no se publicó hasta 1972). Las dos mejores (Mariano Antolín Rato y Ana Antón-Pacheco) datan respectivamente de 1981 y 1987 (de la primera existe edición corregida en 2004). En ninguna de ellas se tienen en cuenta todas aportaciones de las ediciones críticas de Polk y Minter. Y tampoco la exhaustiva (y a menudo irritante en su prolijidad técnica) edición hipertextual (y a libre disposición online de quien quiera consultarla) de la Saskatchewan University. Quizás ha llegado el momento -ahora que la obra de Faulkner es de derecho público- de emprender una nueva traducción de esta singular obra maestra. Sólo falta quien se atreva.
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