05 abril, 2009

Los 400 años de los "Comentarios Reales de los Incas"

Hace 400 años, en Lisboa, el Inca Garcilaso de la Vega publicó el libro que se convertiría, con justicia, en una guía para conocer el mundo Inca. Estando también próximo a celebrarse los 470 años de su nacimiento (12 de abril de 1539) , El Dominical ha preparado un especial sobre él y su más grande obra. Entre los artículos que podemos leer, quiero postear el fragmento de "El Inca Garcilaso", de Aurelio Miró Quesada Sosa: Historiador humanista

Con el acendrado y maduro criterio histórico del Inca, se fue precisando en largos años la autenticidad —en ocasiones injustamente discutida— de “Los comentarios reales” del mestizo cusqueño. En una especie de movimiento pendular de la crítica, que ya parece haber hallado un equilibrio razonado y sereno, se ha considerado a “Los comentarios…” por lo común como una obra veracísima, pero otras veces como una simple, pintoresca y fantástica novela. Obra que pertenece por su intención y su asunto a la historia, y por su estilo y su reacción sentimental al ancho campo de la literatura, se le ha querido ver, fragmentaria y restringidamente, como representante de uno u otro género, sin percibir su valor de integración, que consiste en dar gala, plasticidad y relieve literarios a una descripción ceñida en lo esencial a los acontecimientos y los datos históricos.
Porque es precisamente el deseo constante de la presentación de un cuadro fiel el que llevó al Inca Garcilaso a la redacción de su Historia peruana. Para ello acopió las fuentes, confirmó sus recuerdos personales, confrontó las informaciones a él llegadas con los relatos de los otros cronistas. Aparte de su profunda emoción literaria y de la calidad galana y apasionante de su estilo, el Inca Garcilaso busca siempre, en el fondo, la más rigurosa exactitud en los hechos y en los nombres, en las ideas y en las instituciones, en las noticias de la paz y la guerra. Exactitud también en la geografía con la acertada descripción y la ordenada ubicación de los lugares; que Antonio Raimondi encarecía al señalar, por ejemplo, que si se hubiera seguido a Garcilaso, se hubiera conocido, más de dos siglos antes de las expediciones del siglo XIX, el verdadero curso del río Madre de Dios o Amarumayu, y al declarar resueltamente, con toda la autoridad del gran científico, que “Los comentarios reales” son la fuente más segura para la historia de la antigua geografía del país. Exactitud, sobre todo, en el terreno histórico, donde Garcilaso se empeña siempre en distinguir, en esclarecer y comentar, en encontrar los rumbos esenciales dentro de la heterogénea y a veces contradictoria multiplicidad de los relatos.
Para eso no desdeña acoger hasta las “fábulas”, cuando considera que pueden insinuar un camino o que, bajo la forma legendaria y poética, se puede vislumbrar la reacción mental o las características anímicas de un pueblo. “Digo llanamente —afirma en una parte— las fábulas historiales que en mis niñeces oy a los mios, tomelas cada vno como quisiere, y deles el alegoria que mas le quadrare”. Las fábulas de los indios —insiste— no son por lo demás distintas de las leyendas de la gentilidad, como las griegas de Pirra y Deucalion, y aun de historias como las de Noé; al punto que “se pueden cotejar la de vna gentilidad con las de la otra, que en muchos pedaços se remedan”. “El que las leyere —añade en otro capítulo— podrá cotejarlas a su gusto, que muchas hallara semejantes a las antiguas assi de la sancta escritura, como de las profanas y fabulas de la gentilidad antigua”. El problema estriba, no en aceptar las “fábulas”, sino en analizarlas con cuidado y en separar los campos de la leyenda y de la historia, o de la “fábula” y la “verdad”.
Sin embargo, sentada esta veracidad fundamental, hay también en el Inca Garcilaso un complicado y evidente proceso de composición y hermoseamiento. La crítica ha señalado como sus errores o idealizaciones más saltantes: la negación de los sacrificios humanos de los incas (en cuya realidad coinciden todos los cronistas, con excepción de Blas Valera, el jesuita anónimo y el imaginativo Montesinos); el injusto desdén con que trata el período preincaico; y la regularidad, en exceso armoniosa y ordenada, con que va describiendo las paulatinas conquistas de los incas. El propio Riva Agüero —a quien hay que citar muy a menudo—, porque es el que ha reivindicado con mayor solidez y más acierto la historicidad de Garcilaso, ha indicado lo que podría llamarse la triple alteración que en la obra del escritor cusqueño se descubre. De un lado es la alteración oficial, el olvido obligado de lo dañino o desafortunado que acaeció en la historia de los incas y que determinó que los cronistas, y no solamente Garcilaso, no pudieran conocer esos aspectos, porque la relegación de la memoria era el castigo para el mal soberano (“si entre los Reyes alguno salía remisso, cobarde, dado a vicios y amigo de holgar sin acrecentar el señorío de su Imperio, mandauan que destos tales ouiesse poca memoria o ninguna”, dice Cieza). De otro lado el hecho indiscutible de que las fuentes indígenas que consultó el Inca Garcilaso procedían particularmente de la familia real y la rama cusqueña. Por último, la propensión natural en Garcilaso a la idealización y al enaltecimiento de sus recuerdos infantiles. En su lejano retiro de Córdoba, con la suave y benévola tendencia de la ancianidad que se iniciaba, “Los comentarios…” del Inca Garcilaso se hallan como impregnados por una honda nostalgia, doblemente avivada por la distancia en el tiempo y el espacio. Raúl Porras ha acentuado además el carácter de “inca” que es dominante en Garcilaso.
(...) Este sentido de deliberada ordenación se patentiza, de una parte, en la composición y en lo que se puede llamar sistema técnico de “Los comentarios reales” del Inca Garcilaso y permite aclarar, por otra parte, algunos de los que se consideran errores históricos.
Así, desde el punto de vista de la forma, Garcilaso coteja sus noticias con las de los cronistas españoles, les sirve a éstos de comento y de glosa “y de intérprete en muchos vocablos” y alterna sabiamente la brevedad con la ampliación. Lo que otros dicen “breve y compendiosamente” o “abreviada y confusamente”, él lo relata con “mayor abundancia”; pero en otros pasajes, al contrario, descarta lo que estima secundario, “por no causar hastío”, deja algunos detalles “por escusar prolixidad”, y acorta “quitando algunas cosas”, porque le “bastará hauer sacado el verdadero sentido dellas, que es lo que conviene a nuestra historia”. Para evitar una posible monotonía en su relato, estructura y compone su obra, alterna la narración de las conquistas de los incas con la relación de usos y costumbres, e intercala en la historia de los emperadores la descripción de los productos de los tres reinos naturales. “Dicha esta, y otras algunas (leyes) —escribe—, seguiremos la conquista que cada Rey hizo, y entre sus hazañas y vidas iremos entremetiendo otras leyes, y muchas de sus costumbres, maneras de sacrificios, los templos del Sol, las casas de las vírgenes, sus fiestas mayores, el armar caualleros, el servicio de su casa, la grandeza de su corte, para que con la variedad de los cuentos no canse tanto la lection. Y porque la historia no canse tanto hablando siempre de una misma cosa, sera bien entretexer entre las vidas de los Reyes Incas, algunas de sus costumbres”. O bien, le pareció “variar los cuentos, para que no sean todos de un proposito”.
Desde el punto de vista del fondo de la historia, esta misma alternancia de desarrollo y brevedad y ese mismo temor de resultar monótono o de hastiar, se manifiesta de diversas maneras. Una de ellas es el criterio con que organiza y concierta las versiones sobre los hechos de cada inca y coordina las acciones guerreras llevadas a cabo por los varios monarcas. De allí la ordenación, el ritmo creciente y afianzado con que cada uno de los incas ensancha las conquistas realizadas por sus antecesores (ritmo tan diferente al avance por saltos e irregular que señalaron los “quipucamayoc”, o guardadores de anales, en sus informaciones a Vaca de Castro, por ejemplo); que hace que en “Los comentarios…” se avance paulatinamente desde el núcleo primitivo de la ciudad de Manco Cápac a la extensión portentosa y magnífica alcanzada por el imperio en tiempos de Túpac Inca Yupanqui y Huayna Cápac. Raúl Porras ha acentuado además el carácter de “inca” que es dominante en Garcilaso.

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