La novela es del ’65. Salvo unas pocas menciones –la guerra de Vietnam, la Revolución Cuba–, no parece haber intenciones de situarla en una época.
Yo creo que ha habido una distorsión en la apreciación de la literatura peruana. No sé si en otros países se da esta distorsión. Los estudios que hacen los norteamericanos, los europeos y algunos críticos de mi país hacen más que todo es un enfoque sociológico. Entonces toman la novela como un testimonio de lo social. ¡Pero el escritor no ha escrito un ensayo! Ha escrito una novela y la novela es una obra de arte. Y sobre la concepción artística, estética del autor no dicen nada. Lo que les interesa es ver si refleja o no la realidad y como esta mirada sociológica. Me parece un error. En América Latina y en Perú se escriben buenas novelas, buenos cuentos. Pero eso se deja de lado. Con esta novela he comprobado esto porque sigue leyéndose a pesar de que se habla de otra etapa. Sin embargo hay determinados valores que subsisten. No leemos a Proust ni leemos a Dostoievski por la situación socioeconómica de Francia o de Rusia: leemos porque son grandes novelistas. Yo creo que esa óptica debe haber en la crítica, en la percepción de la obra narrativa. En mi primer libro, Los inocentes, los personajes transitan por cantinas que tienen rockolas, se visten a lo James Dean, tienen un lenguaje de esa época –lo que se llama lenguaje popular peruano–. Sin embargo es un libro que sigue leyéndose y sigue teniendo buena apreciación de parte de los jóvenes, porque en cada uno de los personajes hay una posición interna que, a pesar de la época, conmueve al lector joven.
Penetrar en el personaje a través de una estética, dejando de lado cuestiones circunstanciales. Me parece que eso es lo que interesa a los jóvenes. Desde que comencé a escribir tengo dos direcciones fundamentales: lo ético y lo estético. No puede haber ética sin estética, no puede haber estética sin ética. No hablo de moral, si no de ética. Empleando estas dos líneas con un lenguaje vivo, un lenguaje creativo, casi en un límite poético, abordo esos problemas. Y eso hace que los libros van a cumplir ya pues medio siglo y siguen siendo los más leídos en Perú.
¿Miguel –uno de los protagonistas– lo atraviesa la literatura de Dostoievski?
Es posible. Hay aspectos que me doy cuenta después de escribir, porque yo soy un sonámbulo cuando escribo. Porque no soy un escritor: soy un creador. La diferencia que establezco es que el escritor domina su forma expresiva escrita, inteligente, que puede escribir ensayo, poesía, cuento, puede escribir teatro, crónica periodística, pero no hace arte. El creador es aquel que tiene una pulsación interna y eso lo expresa a través del arte. Para mí la literatura es arte. Creo que Octavio Paz decía que un hombre inteligente y culto puede escribir un buen poema, pero no es poeta. Entonces yo hago esa diferenciación entre escritor y creador. Y yo me considero un creador.
Volviendo a las influencias de la novela, la influencia que he recibido es la de Proust en El busca del tiempo perdido. ¿Por qué? Porque en En busca del tiempo perdido hay una temática fundamental: los celos. El problema de las parejas que aparecen en la novela En busca del tiempo perdido son los celos. Me da la impresión de una gran sinfonía con un leitmotiv que de pronto toca el piano, a ese leitmotiv le da una variación los violines o los vientos. Al final todo eso hace una sinfonía. El leitmotiv de En busca del tiempo perdido son los celos. No sé si de una forma directa o indirecta, el leitmotiv de En octubre no hay milagros es el poder. El poder que se manifiesta en Don Manuel que quiere dominarlo todo, que quiere tener a su servicio todo y dentro de eso las relaciones homosexuales. La hija de Don Lucho con el otro. Y la relación diferente entre Profesor y Miguel, que es una contraparte de la relación de Don Manuel con Tito. Entonces, en cierta forma, yo he querido hacer una especie de sinfonía –claro que en el momento de escribir no me lo propuse, pero después lo he visto– por la gran influencia que tuvo en mí la lectura de Proust.
Primero, cuando publiqué mi libro Los inocentes, hubo escándalo porque decían que eso no era literatura. Que literatura debía escribirse en un lenguaje estándar, con cierta figura. Y que en esos relatos yo había puesto groserías, formas que se riñen con la buena literatura. La otra crítica fue que se ponían brutalmente escenas de sexo –también aparecen en En octubre no hay milagro–. Era una época de mucha restricción, recuerdo que tanto en primaria y en secundaria las clases se detenían en el ombligo y continuaban en las rodillas (Risas). Eso causó mucha indignación en la gente. Recuerdo que un programa de televisión, un periodista me dijo “pero cómo usted, siendo profesor, no da el ejemplo, cómo ha escrito estos dos libros llenos de groserías”. Y le dije no hay ninguna grosería. Me dijo “usted es un mentiroso, cualquier persona que lea su libro va a encontrar puras groserías. Acá tengo el libro y por respeto a la gente que está viendo el programa no lo voy a leer. ¿En todo caso, para usted qué es una grosería?” Muy sencillo: en literatura no hay palabras groseras. En literatura hay palabras bien empleadas o mal empleadas. Porque literatura es el arte de la palabra. “¿Entonces qué es grosería para usted?” Para mí justicia en boca de un juez que amaña los juicios es una grosería. La palabra Dios en boca de un cura pecador que hace daño a la gente es una grosería. La palabra patria en boca de un militar que roba al país es una grosería. Pero cuando un joven de un barrio pobre de Lima viene un amigo y le da una patada y él voltea y le dice “qué te pasa conchaetumadre”, esa no es una grosería porque le sale desde lo más hondo de su espíritu. Ese es el concepto que yo tengo de grosería. Y cortó el programa. (Risas)
Luego de la edición del ’65, ¿volvió a leerlo, lo corrigió?
Nada. Ni una sola línea. No me interesó porque ya está hecho. Una vez que se publica ya no. El reformar y sacar otro libro me parece que es una trampa al lector. Y de este libro hay muchas ediciones. Ya he perdido la cuenta de las ediciones y de las ediciones piratas, y en este momento es uno de los libros que se leen en secundaria y en la Universidad. Este y Los inocentes. Con frecuencia me invitan a que yo hable con los estudiantes. Estas reuniones con los estudiantes son muy interesantes. En un colegio, estaba el director, el subdirector, los profesores y unos 300 estudiantes –todos hombres, no había mujeres– un joven se levanta y me dice “Profesor, en Los inocentes, uno de sus personajes se masturba en el parque.
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